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Un saludo especial en este ‘Día del Cine Chileno’

Por: Juan José Ulriksen / 29 de noviembre, 2012

Un saludo especial en este ‘Día del Cine Chileno’ instituido durante la dictadura por los propios cineastas chilenos en memoria de Carmen Bueno Cifuentes y Jorge Müller Silva.

Recordamos que aquel 29 noviembre 1974, ellos fueron secuestrados por agentes de la DINA y llevados al ‘Cuartel Terranova’ (Villa Grimaldi).

En la noche anterior, Carmen y Jorge habían participado en el estreno de la película «A la sombra del sol», pues formaron parte del equipo de filmación.

Müller era, además, uno de los más destacados camarógrafos de su época y trabajó en las filmaciones del documental «La Batalla de Chile» de Patricio Guzmán.

Al momento de su detención, la pareja integraba el equipo de filmación de «Año Santo chileno», evento que se realizó días antes de su arresto en el Templo Votivo Maipú y que había sido organizado por la Conferencia Episcopal de Chile.

Según testimonios, Carmen y Jorge sufrieron intensas torturas de parte de los «agentes del Estado», quienes fueron particularmente duros con Carmen, ya que se le acusaba de «haber regalado un perro» a Miguel Enríquez, entonces líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

Después fueron trasladados al recinto ‘Cuatro Álamos’, donde fueron vistos por varios testigos que coinciden en manifestar que ambos se comunicaban a través de señas, cuando las mujeres eran llevadas al baño.

Sus comunicaciones fueron descubiertas por agentes de la DINA y al día siguiente se les perdió el rastro.

En junio 1975, el nombre de Carmen apareció en la lista de 119 desaparecidos, supuestamente muertos en diferentes países de América Latina y Europa («Operación Colombo»).

Las ‘autoridades militares’ negaron persistentemente haber detenido a Jorge…

Los integrantes del ‘Colectivo Memoria PUC’ nos sumamos al recuerdo de Carmen y Jorge, apoyando la búsqueda de la verdad y -muy fundamentalmente-  dedicados a rescatar y honrar su memoria.

En este sentido, insistimos en recuperar ESTE ‘Día del Cine Chileno’, que en los años noventa fue suplantado por el ‘Día Nacional del Cine’, por acuerdo de un ministro de la Concertación con empresarios de la distribución y exhibición cinematográfica multinacional.

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¿Por qué conmemorar el Día del Cine Chileno?

Por: Luis Horta / 29 de noviembre, 2012

De todos los archivos existentes en el mundo, el cerebro debe ser uno de los más complejos. Almacena bajo criterios de selección muy particulares, es capaz de recuperar elementos expurgados hace mucho tiempo o eliminar archivos producidos hace pocos minutos. ¿Qué es un recuerdo? ¿Son conexiones neuronales que superan los millones de byts que posee un computador, o sensaciones subjetivas de un imaginario de realidad?

Carmen Bueno fue detenida por agentes de la DINA el Día 29 de Noviembre en las calles Bilbao con Los Leones, mientras iba camino a su trabajo junto a su pareja, el camarógrafo Jorge Müller. Testimonios señalan que Carmen fue trasladada al centro clandestino de Villa Grimaldi, y posteriormente a Tres Álamos, donde se pierde su pista. Jorge Müller habría seguido la misma ruta. Solo se vuelve a saber de ellos en Julio de 1975, cuando sus nombres aparecen en una nómina de chilenos muertos en Argentina publicada en un falso medio de comunicación, un montaje que es conocido hoy como «el caso de los 119», aludiendo a los desaparecidos que figuran en tal nómina. Posteriormente, y ante los requerimientos de los familiares y la comunidad internacional, la dictadura reiteradamente se negó a realizar los procedimientos e investigaciones correspondientes.

Jorge Müller había sido fotógrafo y camarógrafo en películas como «La Expropiación» de Raúl Ruiz o «La Batalla de Chile» de Patricio Guzmán, montada en el exilio luego del golpe de estado. Carmen Bueno, que había estudiado en la EAC de la UC, había participado en «La Tierra prometida» de Miguel Littín y «A la sombra del Sol» de Pablo Perelman y Silvio Caiozzi. Ambos estaban fuertemente incorporados a un movimiento fílmico que se comprometía con la realidad, con las clases más vulnerables y con la posibilidad de que el cine se convirtiera en una herramienta para educar e informar al pueblo.

En 1984 -en plena dictadura- la APTA convocó a los cineastas que aún estaban dentro del país a congregarse el día 29 de Noviembre, con el objetivo de conmemorar el «Día del Trabajador Audiovisual», en la misma fecha en que Carmen y Jorge habían sido detenidos. Recordarlos se transformaba en una provocación, sobre todo cuando se hacía de manera abierta y como un momento de inflexión sobre la razón del ser cineasta en un país como el nuestro. Año tras año, la fecha comenzó a solidificarse e instituirse como un acto «de» los cineastas y «para» los cineastas.

Resultó caprichoso que, caída la dictadura, la Concertación decretara una nueva fecha para conmemorar el Día del Cine Chileno, esta vez en Junio, precisamente uno de los meses bajos en recaudación para las empresas distribuidoras y las cadenas exhibidoras filiales de las compañías norteamericanas. Posteriormente, año a año se modificaba la fecha de acuerdo a lo que reglara el mercado, incluso ofreciéndose subvenciones estatales a las grandes cadenas de cine para pasar películas chilenas, las mismas que durante el resto del año simplemente no acceden a las mismas salas.

Si bien Chile cambió, y muchos se entregaban abiertamente al mercado y a los ideales neoliberales, comenzó a surgir la inquietud por rescatar desde el olvido una instancia de reflexión sobre la naturaleza del hacer cine. Es ahí donde el ejemplo de Jorge Müller y Carmen Bueno, cineastas jóvenes y comprometidos con su entorno, se hace fundamental para entender una cadena que los artificios del olvido no puede hacer desaparecer. En Noviembre de 2010 realizamos en la Cineteca de la Universidad de Chile por primera vez la conmemoración del Día del Cine Chileno, a contracorriente de un superficial evento comercial realizado por el gobierno de turno en ese mismo año. Fue un acto lleno de simbolismos: se le entregó un reconocimiento a las investigadoras de cine Eliana Jara y Jacqueline Mouesca, se le regaló al padre de Jorge Müller una colección de DVD con las películas en que su hijo había realizado la fotografía y habló el entonces director de la Cineteca Pedro Chaskel. Al año siguiente, la presencia de la hermana de Carmen Bueno fue conmovedora, y permitió acercarnos un poco más a nuestra historia, la del cine y la del país.

¿Por qué conmemorar el día del cine chileno?

Sin querer exponer los horrores ni institucionalizarlos, recuperar un espacio simbólico y tradicional debía ser misión de un lugar que se dice consecuente con la salvaguarda de la memoria como es la Cineteca de la Universidad de Chile. Sin embargo, no es un gesto nostálgico, sino más bien el lugar donde la reflexión sobre el lugar que ocupan nuestros cineastas en las nuevas generaciones se hace relevante. No hay que olvidar el papel que cumplieron también otros cineastas como Jorge Di Lauro, Nieves Yankovic, Pedro Sienna, Armando Rojas Castro, Hugo Araya, Fernando Bellet, Diego Bonacina, Carlos Piaggio y tantos más que no deben ser sometidos al olvido ni a las veleidades de una historiografía oficial. No es un gesto nostálgico, por que la memoria debe traducirse en formación, y así que la actitud que ejercieron numerosos cineastas hoy desconocidos para las nuevas generaciones, sea el detonante que gatille nuevas formas de desarrollar la actividad y de enfrentarse a la vida. Limitar esta conmemoración al lugar común y a la melancolía sería acabar con ella, de la misma manera en que casi logra ocurrir en los años noventa y dos mil gracias al sistema mercantil que todo lo banaliza y tambien todo lo olvida. La conveniencia de lo ahistórico y lo apolítico es lo que debe identificarse como el mal que se debería subvertir.

Es importante en este contexto congregar a los cineastas jóvenes y sensibilizar a los numerosos estudiantes de cine de todo el país, proponer que se filme aún más y que también se piense más sobre el hacer cine. Y no solo eso, sino que generar una reflexión mayor sobre la salvaguarda de nuestra memoria visual, nuestro patrimonio y que por fin se de el trato justo a la preservación de ellos. No confiar solamente en la existencia de una instancia, sino que reinventar opciones de apropiación de un lugar que no puede anquilosarse en la retórica, sino que debe funcionar como un espejo que permita congregar el pluralismo, la diversidad y la autonomía de la creación.

Quizá el archivo más complejo sea nuestro cerebro. Pero podemos contribuir a darle sentido a todo aquello que vamos archivando, proyectarlo permitiendo que aquel archivo transforme en imágenes aquellas sensaciones que nos provoca la realidad.

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«Ahora te vamos a llamar hermano» de Raúl Ruiz: Sujeto-objeto

Por: Luis Horta / 09 de octubre, 2012

El redescubrimiento del film «Ahora te vamos a llamar hermano», rodado por Raúl Ruiz junto a Mario Handler y Pepe de la Vega en 1971, pasó bastante desapercibido dentro de la intelectualidad valdiviana. Jugó en contra el imprevisto cambio en la programación, que lo relegó a las 23 horas, casi como un espectáculo de culto para iniciados. La llegada a Chile de la versión restaurada realizada por la Cineteca de Bolonia presuponía un acontecimiento, al tratarse de un film raro, invisible y citado vagamente por los otrora críticos (hoy denominados «teóricos»), aunque nada de esto pasó. La invisibilización parece ser uno de los fantasmas que tanto le encantaba sacar a relucir a Ruiz en sus films sobre Chile, quizá siendo él mismo el fantasma que mayor bruma esparce por sobre las cabezas del medio.

En parte, la anónima proyección de este film restaurado en 2K y con un muy buen trabajo de rescate sonoro, permitió apreciar una obra militante de Raúl Ruiz, en estricto rigor el único que se conserva de ésta etapa, entendiendo que toda la producción que realizó para Chilefilms o en la alianza Quimantú-TVN fue destruida en los allanamientos a las empresas estatales. Una de las razones por la cual pudo salvarse del salvaje proceder militar es precisamente que fue producido de manera independiente a estos organismos, y también dado que una copia fue a parar a Italia, dando la posibilidad de existencia a una restitución que de forma orgánica ninguna institución nacional quiere asumir, con la sola excepción de la restauración de «La Maleta», rareza perdida, encontrada y montada 45 años después de su realización.

«Ahora te vamos a llamar hermano» es una película modesta en el universo Ruiziano. Aún así, es importante destacar el rol que juega Mario Handler, padre del documentalismo uruguayo y autor del film político «Me gustan los estudiantes» de 1968, película «de urgencia» sobre los movimientos estudiantiles musicalizado con canciones de Violeta Parra. La presencia de Handler en el film es fundamental para comprender ciertas estrategias operacionales que aparecen graficando el mundo mapuche y la irrupción del presidente Allende en el contexto de la firma de lo que se conoce como la «Ley Mapuche». Allende es exhibido en su épica socialista, como el orador de masas que ha trascendido en el mundo, en un elemento que plantea la dicotomía del film: la nación mapuche como territorio no chileno. Es ahí donde los personajes aparecen hablando con rabia directamente a la cámara y en mapudungún, una mirada que no se diferencia mayormente de los mecanismos utilizados en algunas secuencias de «La Expropiación» (cámara-interlocutor como media de desestabilización y distanciamiento) y particularmente en las obras de ficción del periodo como «El Realismo socialista» (1973) bajo el prisma de la intervención y el uso de no actores en situaciones de auto representación.

El montaje es veloz y libre, incorporando secuencias de shock muy propias del cine soviético, acaso como un directo guiño al trabajo político de Dziga Vertov, y que entendía las operaciones estilísticas como parte del discurso de provocación y agitación. En este caso, el texto de los mapuches se entremezcla con imágenes de la pobreza sin mayor misericordia, no solo económica sino social. El distanciamiento con films del periodo como «Nutuayin Mapu» (Flores, 1969) o «Amuhuelai mi» (Mallet, 1972) es notorio, no solo por prescindir del texto en off, sino que por proponer un relato basado en el montaje, de la misma manera que opera y con mayor éxito en el documental «Venceremos» (Chaskel, Ríos, 1970) donde prescinden de los arquetipos del noticiero para adentrarse en campos exploratorios de las posibilidades del lenguaje audiovisual en relación a una realidad específica y en ciertos casos subjetiva, pero también acorde a ciertas limitantes técnicas del cine independiente del periodo. No es tampoco tan distinto a las estrategias que plantea otro film militante como «Pintando con el pueblo» (Céspedes, 1971) que también se vale de un discurso de Allende para instalar la retórica marxista -propia de aquel periodo- como articulador del relato, sumando a ello la música de Inti Illimani.

Ruiz plantea la utilización de la cámara como el «huinca», situando al espectador en la condición de extranjero que se ve remarcada por el uso del mapudungún como única voz. «Ahora te vamos a llamar hermano» trabaja la ironía por medio de la yuxtaposición de imágenes: el asentamiento mapuche cobija personas en condiciones de pobreza que agudizan la brecha al enfrentarlas con un muy compuesto discurso de Allende pensado para las masas. Sin embargo, se nota que es un film mixto, carente de la profundidad propia del tratamiento que realiza Ruiz en sus otros films del periodo, y disparejo en cuanto a propósito. Aparentemente el nuevo diálogo entre cineastas resulta pantanoso en torno a una realidad demasiado específica y difícil de abordar sin el conocimiento pertinente. Es ahí donde ella se troca por el activismo político militante de Ruiz, que a medio camino entre el documental observacional y el ensayo audiovisual, permite enfrentarnos a sujetos marginales a partir de la oficialidad del Estado chileno que ejerce su poder, curiosamente, por medio de la palabra. Es quizá éste el mérito del documental: su acercamiento desde otro campo operacional, pero concretado de mejor manera a partir de experimentos formales en otro de sus films como «Realismo Socialista», filmada poco tiempo después, abiertamente vindicadora de generar espacios de ambigüedad irónica en torno al discurso político. Ésta parecería ser un eslabón de la cadena experimental, más que el desarrollo de ella en plenitud, de la misma manera que ciertas secuencias de «Qué Hacer?» (Ruiz, Landau, Serrano, 1970) aparentemente filmadas por Ruiz.

«Ahora te vamos a llamar hermano» es sin duda un documento de época, y adquiere valor en cuanto a la calidad de su restauración como por la perspectiva histórica implícita en la obra. Quizá se ve mejor de lo que se vio en aquellos años, pero la rareza permea cualquier atisbo de ceguera sobre la recuperación del patrimonio fílmico chileno, en este caso entendido como parte de un proceso que como un fin en si mismo.

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Artículos Especial: FICValdivia 2012

La experiencia de un debutante en Valdivia

Por: Matías Morales / 08 de octubre, 2012

“Croniquiando con mi locura a cuestas, reconociendo lugares en los que nunca había estado, verdes llovidos y raros soles, aunque siempre presentes, aparecidos.”

Llegando a Valdivia la mañana del miércoles, me encuentro en una de las ciudades más lluviosas del mundo, el cielo se despedaza en formas de gotas de agua y el día parece perfecto para recorrer, respirar, moverse y crear. Claramente muy escasos son los mortales que pueden desarrollar todas las actividades anteriores con el estómago vacío o la boca seca, no soy de esas excepciones. Un shop de cerveza negra es lo suficientemente alimenticio para sobrevivir un buen rato. Pero si de tomar se trata voy a retomar el sentido de mi visita a Valdivia: La 3ra Convención de Cine Clubes de Chile.

Dado mis deberes pasé una noche tranquila para encontrarme el día jueves 4 de octubre en la apertura de la convención, cuya temática principal es Cine y Educación: la formación de audiencias, el rol de las universidades en un proceso educativo con los asistentes a funciones de cine, salas abiertas a la comunidad, gratuitas y con ciclos variados en temáticas y ubicación geográfica, estilos narrativos y propuesta estética; proyecciones que al concluir se enriquecen con preguntas, debates y conversación. Debo decirlo, soy un espectador en formación, un joven en moldeo constante de las diversas formas que el mundo se me enfrenta, por eso me tomo esta labor de comunicar mi experiencia, mi primera vez en el Festival de Cine de Valdivia y en una convención de Cine Clubes.

Primer día de convención y en la mesa estaba Luis Horta, coordinador de la Cineteca de la Universidad de Chile y en representación del Cine Club de la Universidad de Chile, Claudio Pereira del Cine Club de la Universidad de Valparaíso y profesor de la misma casa de estudios y Ramón Reyes, coordinador del Cine Club La Mosca en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Estos personajes contaron sus experiencias coordinando y aplicando las nociones del Cine Clubismo, haciendo hincapié en la existencia de un analfabetismo audiovisual. Más interesante se tornó el asunto cuando se abrió la ronda de preguntas del público, donde el profesor de cine Carlos Ossa hizo una intervención respecto a cuáles eran los criterios de formación del público que asiste a las funciones.

Luis Horta, Pablo Inostroza, Ramón Reyes y Claudio Pereira (de izq. a derecha).

El pueblo es chico y el infierno coexiste con el cielo cuando se despeja y la ciudad más lluviosa es también la más hermosa. La propuesta educativa que trae el cine, el entendimiento de una pieza audiovisual de parte del espectador, para que pueda hacerla suya, contraponer su visión del mundo a la de la obra: Limpiar las cáscaras, rasgar las falacias que el cine comercial, la industria cinematográfica de Hollywood, los pésimos reseñistas, nunca críticos, inventos de evaluadores poniendo notas a las películas, se han encargado de colocar a la audiencia en una posición pasiva, insulsa y nula en cuanto a participación y formulación de discursos. En esta coexistencia se puede decir, que más que espectáculo y entretenimiento que rellena los momentos de ocio, sea un recurso para interpelar a la realidad que se le impone.

Como mencioné ser un sujeto en constante moldeo, la segunda noche no fue tan tranquila, Valdivia seguía alimentándome de rubias y negras cebadas, tardes de cine y noches de fiesta. No deja de sorprenderme la hospitalidad de los sureños, la cordialidad al presentarse y averiguar quiénes son estos sujetos que año tras año vuelven más movediza la ciudad. Puedo agregar a modo de anécdota que el solo hecho de compartir una cerveza, abre el corazón de los valdivianos a invitarte a venir en otra época del año, en verano por ejemplo, con alojamiento, panoramas musicales y divertimiento incluido.

Al segundo día de convención llegué un poco atrasado, es necesario mencionar que fue debido a la noche bizarra que nos tocó. Pero más curioso aún fue llegar y escuchar reiterativamente “porno”, “cine porno”, “película bizarras”, tuve que enchufarme en las ponencias que correspondían al viernes, que era un lanzamiento de una revista de bolsillo llamada “Noctámbula” que potencia la actividad cinéfila realizada en Valparaíso, donde se repetía el plato el académico Claudio Pereira, junto con dos miembros importantes de la revista que se estaba estrenando y de Insomnia alternativa de cine, ubicado en el Teatro Condell, que funciona en las tardes como cine pornográfico y durante la noche tienen una programación bastante peculiar para cada día de la semana.

Su ponencia me dejó maravillado y con muchas ganas de ir al Teatro Condell un fin de semana y ver que se traen con secciones como “Formación de espectadores”, “Piezas nacionales” o “Noches de Insomnio” donde algunas funciones son completamente gratuitas y en otras se cobra no más de dos mil pesos y pueden llegar a exhibirse nueve horas continuadas de películas bizarras, gore, estrenos anticipados o piezas audiovisuales de lugares del mundo que los cines comerciales nunca traen a sus carteleras.

Pablo Inostroza

Para coronar el jóven Pablo Inostroza del Cine Club de la Universidad de Chile, nos presentó el Manual de Cine Clubismo, que incorpora un marco legal con el tema de los derechos de autor y la exhibición de filmes con fines educativos, también presentó  un listado de las películas “esenciales” que hay que ver de cine nacional para familiarizarse con el quehacer de los realizadores chilenos de décadas pasadas, que utilizaban el cine como una herramienta educadora, algunos ejemplos de los arquitectos Pedro Chaskel y Segio Bravo que iniciaron el cine experimental en Chile, sin saber mucho de realización audiovisual, pero si inspirados en historias, vivencias y aprendizajes que lograron proponer en sus películas.

Finalmente Carlos Molina y Karla Díaz, dueños de un proyecto ganador en el Fondo Audiovisual 2011 del área de difusión y educación, nos contaron sobre la experiencia de realizar un taller de formación de audiencia y la formulación de un Cine Club comunitario en la localidad de Pelluhue, ubicada en la costa de la región del Maule. El par de jóvenes estaban anticipando lo que se venía al tercer y último de día de la 3ra Convención de Cine Clubes de Chile: la descentralización.

“Regionalización donde quedó esa cuestión” canta Miguel Barriga, vocalista del grupo musical Sexual Democracia, oriundo de Valdivia. Y alude al centralismo chileno, tema, al parecer, de nunca acabar en un país tan largo y angosto como el nuestro, pero cada cierto tiempo explotan las ciudades, estallidos sociales denunciando el espejismo y falsedad del estado chileno, que vuelve invisible el brutal centralismo y la inequidad territorial, que esconden administrativamente con el simple hecho de poner dentro de un marco legal la regionalización.

Cuando los Ayseninos se alzan como pueblo y se manifiestan en las calles, lo que quieren son hechos y no leyes que adornan la constitución y suenan bastante hermosas e integradoras. Las acciones que propone el Cine Clubismo valga la redundancia es formar Cine Clubs y educar al público.

Es sábado 6 de octubre y tenemos en la mesa de ponencias de la convención a Claudio Pereira y lo acompaña Rodrigo Márquez, ambos encargados de la programación y producción de INSOMNIA alternativa de cine, donde se encargan de proyectar “Piezas disidentes” como le llaman ellos en el Teatro Condell, Valparaíso, e incorporan las obras que no traen las cadenas de cines comerciales, entre ellas extrañas piezas de regiones de chile, así como de distintas latitudes del mundo. La gracia es que mayoritariamente son funciones gratuitas, o por un costo menor al de los cines comerciales, y son invitados los directores, actores o críticos que tengan algo que transmitirle al público respecto de esos filmes, finalmente se arma un foro sobre lo que se acaba de ver y el espectador, ya no tan pasivo, se va con una retroalimentación de escuchar a otros. Claudio dice- “no importa si entendió la película o no, si se quedo dormido, si le dio hambre, ganas de vomitar o ganas de pararse e irse, lo importante es la experiencia, y compartir esa experiencia es lo que enriquece al público”.

Claudio Pereira, Rodrigo Márquez y Udo Jacobsen (de izq. a derecha)

Rodrigo Rosas, coordinador del Cine Club Sub-Topo de Osorno, también tiene “experiencias” que compartir en esta 3ra Convención de Cine Clubismo Chileno, menciona entre otras actividades la musicalización en vivo de películas mudas. Su consejo para la formación de audiencias es comprender que cada localidad tiene intereses y problemáticas comunes acorde al lugar geográfico y social que comparte. Desde allí se realiza la programación de los ciclos del Cine Club.

Con esto y siempre con la interesante intervención del público finalizó la convención, donde se criticaron las modificaciones en fondos concursables, por ejemplo en el área de investigación, que acoto el tipo a investigaciones de mercado y estadísticas. Bastante curioso que estas sean funcionales para el empresariado chileno y de poca utilidad para la ciudadanía común y silvestre.

Todo acaba con la invitación a una tertulia en un sitio ameno, llámese bar, donde se  ahonda de manera más coloquial en lo que fue la 3ra Convención de Cine Clubes de Chile, en el marco del Festival Internacional de Cine de Valdivia 2012, especulando sobre la formación de la Federación de Cine Clubes de Chile.

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«Aquí estoy, aquí no»: La generación del odio

Por: Luis Horta / 07 de octubre, 2012

Alguna crítica pequeñoburguesa instaló en el cine -como en otras expresiones- la necesidad de lo nuevo en oposición a la memoria. Es mejor refundar que restituir. En ello, se habló de los «novísimos cines» con un fundamento pobre que trataba de unificar temáticas vacuas, postmodernas, orgullosas de su vacío, con una falsa y aparente reflexión autobiográfica e intimista constituyente de un imaginario que incluso abarca temas como la memoria, las relaciones modernas quebradas, la alienación medial y la paradoja de lo indecible como texto. De esta colección de películas surgieron premios, autores, actores y se consagró un movimiento que de un momento a otro comenzó a representar el mundo de las clases media-altas como un estado pleno en su decadencia. Se habló de una «nueva generación» en antítesis a una «antigua» generación que pretendía desarrollar afortunada y desafortunadamente temáticas alusivas al Chile que moría.

«Aquí estoy, aquí no» de Elisa Eliash es una película que representa precisamente lo contrario. Filmada con un estilo inquieto y movedizo entre la cita y el descontento, la película articula su relato en clave alegórica sobre sujetos que no concluyen sus vidas, en algunos casos autoimpuestas. Son historias que aparecen y desaparecen valiéndose de la soledad y de las miserias morales y sociales, como ocurre en el diálogo en un local de comida rápida, e incluso la ansiedad graficada en personajes que permanentemente comen, trocando el código implícito del alcoholismo por el mal moderno: la alimentación. La película despliega una serie de personajes que trata de encontrar algo poco defendible tanto por ellos como por sus cercanos, lo intangible de un estado poroso e inestable, no menor cuando evidentemente la historia se instala en lecturas  alegóricas que aluden directamente al estado del país donde el olvido, el individualismo, la vanidad y la incapacidad de reconocer al otro, son parte de una historia que tampoco concluye, como ha sido la de este país.

Los rasgos de «lo inconcluso» son la paradoja que sustenta a personajes que parecen deambular, tomándose unos de otros como la última posibilidad. El recurso de la pérdida y el silencio conmueve en lugares donde el humor es amargo a pesar del contexto en que se plantea. Es importante en esta línea la obsesión por el parque de diversiones, algo que también se trata en la película anterior de Eliash, «Mami te amo», metáfora que permite instalar al espectador en un mundo de risas tristes, eventos irrepetibles donde el mareo se confunde con la ceguera de la ansiedad social, aquella que intenta sacarnos del cotidiano pero siempre desde adentro de él. Es importante el retrato de la masa como un lugar de celebración y representación simultánea, muy propio para nuestros ojos y muy inquietante bajo cierta perspectiva.

Que el protagonista quede en shock luego de ver morir a su mejor amigo, que intente rearmarse a partir de la pérdida, que se aferre a una mujer ( o a la invención de ella) como salvación, y que todo ocurra bajo un contexto de decadencia física y moral, no es sino la metáfora de nuestro país y de  aquello que le tocó vivir a una generación entera, esa que nació en dictadura, fue adolescente en transición y se hizo adulta en «democracia». Que escuchó «de oídas» la leyenda de un país transversal y generoso, preocupado por el desarrollo y no por el mercado, que veía el mundo por los ojos de la televisión y los VHS.  «Aquí estoy, aquí no» es una película beat en el sentido de perderse en una alegoría que se sabe, desde un comienzo, inútil. El grito no servirá para nada, la lucha de hoy es la miseria, el servilismo, la impudicia. Así es como no es necesario instalar a sujetos tristes e incomunicados frente a la cámara para poder entender que existe una generación frustrada por su propia historia que no conoce, por el espacio y el tiempo que le asignaron vivir, pero con la cabeza y las manos atadas ante la imposibilidad del vacío.

Aún así, se pone en cuestión el concepto de la decadencia. La película está plagada de personajes entrañables como el conserje-confidente, la rockera-encargada de aseo, el periodista que no escribe, la amiga-madre…las duplicidades forman parte del carácter social que en otros films parecía relegado a lugares comunes de soledad y falsa afectación, siendo que acá constituyen el mérito precisamente de redescubrir un país desde el imaginario social: las relaciones entretejen otra forma de romper el disgusto. El valor de «Aquí estoy, aquí no» es precisamente renovar una forma de hacer cine, de entender ya sin dolor y sin lágrimas el pasado, construyendo con ello un sistema que sea capaz de resarcir los daños que nunca se cerrarán para nadie. El protagonista es un desaparecido, todos somos desaparecidos de un país que desapareció. Es la venganza de los anónimos: acá no hay héroes ni mitos, no hay aproximaciones falsas al mundo de la pobreza (material) ni relaciones sexuales torcidas. Hay ansias de ser sujeto y no objeto, presencias en la duda, estabilidades en las desestabilidades, como quien baila en una rueda del parque de diversiones.

Somos todos televidentes, todos consumidores, todos despojados, todos amnésicos, todos decadentes, todos suicidas. Todos queremos desaparecer, queremos ser estrellas (hoy mucho más posible que antes por medio de Twitter y Facebook) pero a la vez tener una historia nueva que contar: una historia original.

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La noche de enfrente: Los misterios de un Chile que se fue

Por: Hans Lukacs / 07 de octubre, 2012

La proyección de «La noche de Enfrente» en el Festival de Cine de Valdivia no podía ser más sui géneris: a las 11:30 horas, con una sala sin las grandes masas de otras funciones, y con la proyección sorpresa de «Ahora te vamos a llamar hermano», pequeña película realizada por Ruiz en los añejos años de la unidad Popular.

Ver «La noche de Enfrente» no puede estar, para nosotros, sino bañada en prejuicios: un cineasta fundacional, influyente y que nos lega una especie de testamento audiovisual, la «última película» o su «película póstuma», como los lugares comunes. Sin dudas, ésta no es su obra más brillante, pero aún así no deja de brillar en un opaco panorama que permea la perspectiva en torno al carácter del cine en tiempos modernos. Para enteder «La noche de enfrente» es importante entender su contexto: la absoluta conciencia de ser la -posiblemente- última película que realizara un autor dirige permanentemente la mirada hacia un tema que pareció obsesionar a Ruiz durante toda su filmografía, como son los muertos. Los muertos como presencias, ausencias, relatos, voces, legados, espacios, miradas, sensaciones, oscuridades y luces. La muerte como el pequeño espacio irónico donde la vida deja de mirarse a si misma como un producto o un despojo.

Si nos acercáramos al lugar común favorito de ciertos críticos, sería relativamente sencillo hablar de lo «póstumo», de la «muerte» y de la «despedida». Nada de ello hay en esta película, crisol de varias obsesiones ruizianas a lo largo de sus obras. Desde las casas añejas plagadas de detalles como en «El Tango del Viudo», los diálogos laberínticos (y etílicos) de «Tres Tristes Tigres», los fantasmas de «La Expropiación», el totalitarismo de «El paraíso perdido», la obsesión paterna por el mar de «Tres coronas del marinero»…todo parece ser un retorno, estilizado y formalista, de todas aquellas viejas temáticas trazadas a lo largo de casi cincuenta años de obra cuestionadora, sarcástica, provocadora. En esta linea, no es menor la similitud en cuanto a tono que adquiere el film con las últimas películas de Carl Dreyer: el sujeto pasa a ser el articulador del espacio y el tiempo, siendo el encuadre la llave para proponer perspectivas que propugnan una constante alegoría del tiempo como un retorno.

Nuevos séquitos de Salieris han re descubierto una obra que para algún descuidado se encuentra en un pequeño compendio llamado «La noche de enfrente». Un anciano se apresta a jubilar y paralelamente comenzar a despedirse dialogando con su vida. Nada es ahora y todo es pasado, incluyendo los curiosos chroma key que resuelven la fantasía material de un tiempo que oscila entre la vida y la nada, haciéndose palabra para desaparecer entre los seres muertos. Este anciano dialoga sin prejuicios con músicos muertos, escritores muertos, poetas muertos. Asiste a las clases de infancia donde está prohibido abrir los ojos, de la misma manera en que ahora los jóvenes los cierran en el aula por voluntad propia. Es una reflexión que nada tiene que ver con la nostalgia de partir, menos con discursos póstumos que el propio Ruiz se encarga de desacralizar constantemente, riéndose de ellos.

Son casi dos horas de película, que perfectamente podrían haber sido noventa minutos, pero pareciera que las delicias formales de Ruiz terminaron por seducir una trama que oscila y se extiende más allá de su propio sustento, lo que resta más que suma a una pieza, por cierto, relevante dentro del panorama fílmico nacional. ¿En que se diferencia? en su preocupación por el entorno, la sensibilidad por el sentido de lo colectivo de la historia, los hilos invisibles del entramado humano y la soledad de quien muere sin saberlo. Una gran actuación de Sergio Hernández (el mismo de «Diálogo de Exiliados», por cierto) otorga un retrato de chilenidad que no aparece en películas contemporáneas. Algo que suele ser usual: los viejos son más jóvenes que los mismos jóvenes.

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Especial: FICValdivia 2012 Festivales Noticias

Leviathán

Por: David Antich / 06 de octubre, 2012

Leviathán

(Paravel/Castaing-Taylor, 87 minutos)

En la inauguración del festival, mientras esperábamos afuera del Aula Magna de la Universidad Austral a que algunas personalidades desocuparan asientos para ver Miguel San Miguel, un colega me preguntaba –a propósito de la autoafirmación del festival sobre su carácter “ecológico”– si acaso yo era animalista, lo que siempre me ha costado responder. El terreno ético de la relación entre la humanidad y las otras especies animales, no se puede representar sin atender a la concepción etnocéntrica que caracteriza al pensamiento moderno. Y por eso, en la relatividad de las posiciones contemporáneas, uno puede declararse animalista por no vestir cuero ni comer carne, pero sin cuestionar la racionalidad del capital, que se funda justamente en la dominación y el control humanos sobre la naturaleza.

Todo ese rollo político volvió a mi cabeza al día siguiente, en las salas de cine del mall de Los Ríos, donde se estrenaba Leviathan, un documental observacional, cuya muestra es parte de la Competencia Internacional. Entré a la sala motivado por el título bíblico y filosófico, sin tener idea de la obra a la que me iba a enfrentar. La primera escena nos situaba en un pesquero de arrastre, a través de un plano secuencia subjetivo, donde los trabajadores levantaban la malla cargada de peces, a una hora donde la luz podía ser la del comienzo del día o la de su ocaso.

Unas pocas palabras sobre el proceder del trabajo fueron los únicos diálogos de Leviathan. La película hacía al espectador parte de la tripulación de un barco, que sumergía sus redes en una mar picada, extraía cantidades industriales de peces, mariscos y crustáceos, los destrozaba muy operativamente, guardando lo que luego sería alimento y otras utilidades, y dejando de lado aquellas partes “inútiles”, es decir, de las que no se puede extraer valor, y finalmente volvía a sumergir las redes para repetir el ciclo.

La operación tecnológica de esta realización es la que le otorga su carácter “subjetivo”, en el sentido de que estamos detrás de una cámara que tan pronto parece los ojos de un pescador, como luego se sumerge en el mar junto a los peces, y vuelve a la nave, para pasar entre medio de la masa de cadáveres marinos, cuyos “excedentes” regresan a la mar, en medio de un flujo de sangre mezclada con el agua de la lluvia y el océano. El impresionante diseño del sonido asegura la inmersión del espectador en esta atmósfera de cotidiano enfrentamiento entre fuerzas productivas y naturales. La angustia es inevitable. La conmoción por ser parte de un grupo de hombres cuyo trabajo es la depredación procedimental de la fauna marina, es mayor al asombro por la disposición y los recorridos de la cámara. Aquella “subjetividad” que hace al público “pertenecer” a la nave no es solo un genial despliegue técnico; ninguna técnica es neutral. Aquella posición es la forma de imprecarnos nuestra cómplice pasividad, de demostrarnos a los espectadores que la humanidad de la que formamos parte, está acabando con la vida. Secando los ríos, inundando bosques, desforestando selvas, llenando de cemento todo el territorio, siempre en el nombre del desarrollo. Pero para ello, no hizo falta una pornografía de la destrucción. Leviathan nos hace viajar por el interior y el rededor de un espacio muy pequeño y muy simbólico, revelando el imperio de la economía sobre la vida. Su ritmo pausado, sus planos secuencia que develan algo así como una realidad del tiempo, activan la reflexión, aquel ejercicio tan necesario y actualmente tan despreciado por la razón capitalista.

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Artículos Crítica Especial: FICValdivia 2012

74 m2: «Son Ellas»

Por: Diego Pino / 05 de octubre, 2012

Resulta difícil pararse ante esta película, no solamente por la temática social que toca, si no también por su nivel de producción, la duración en la realización, la ardua investigación y por qué no, también por enfrentarse a sus directoras. 74 Metros cuadrados es la historia de mujeres en búsqueda de su casa propia, es una película sobre la raza humana, es una película sobre la inoperancia de las instituciones públicas, sobre los prejuicios sociales, sobre la discriminación, sobre la cotidianidad,  sobre la burocracia, es una película que refleja a los pobres trabajando por los pobres. Quizás la poca claridad sobre de qué se trata la película, pueda ser el problema de este documental: Un punto de vista algo difuso.

Hemos escuchado durante años la política sobre las viviendas sociales en nuestro país, que tiene que ver con la poca capacidad de solucionar un problema desde la raíz, pero poco habíamos escuchado a quienes vivirán en estas casas y el como se organizan, que parece ser más interesante tanto para la política como para el cine. Pero resulta, como cualquier actividad humana, que el conflicto mayor comienza a crear más conflictos, y muchas veces son personales,  74m2 se establece ahí, en sus personajes y su vivencia en el conflicto. De manera cercana va acercando al espectador con sus andares por conseguir su casa, en su felicidad, en sus tristezas, relegando finalmente a un segundo plano el conflicto sobre las viviendas,es ahí donde es probable que pierda su foco.

Por lo mismo este documental entrega algo importantísimo, que seguramente el tiempo de grabación o la investigación o la vida de sus directoras fue empujando, que parece ser lo más importante para el ser humano y que establece los pasos a seguir en nuestras vidas, que son las relaciones personales. Entre las dirigentas sociales del comité, suceden cosas, hay rencillas, hay problemas familiares, y eso le da una vuelta distinta a una película de vivienda social, enriqueciendo, para mi, todo el relato; una vuelta, seguramente, inevitable y necesaria.

Creo haber visto una gran película, un interesante y entretenido documental, con una impecable calidad técnica, no creo haber visto un documental casado con la problemática de vivienda social, pero a mi parecer entiendo que son las relaciones humanas que terminan guiando los relatos propios de la realidad, por eso creo que es una película sobre mujeres y la raza humana. Es quizás ahí donde se pone difuso el punto de vista y en un principio hace difícil reconocer un objetivo, que a los 20 minutos soy capaz de descifrar; son las dirigentes: Son Ellas.

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Artículos / Estudios de Autor Especial: FICValdivia 2012

Lautaro Murúa y los ejercicios de la memoria

Por: Luis Horta / 05 de octubre, 2012

* Texto aparecido en el Catálogo del Festival internacional de Cine de Valdivia 2012.

Todo ejercicio de la memoria es subjetivo en cuanto a su capacidad intrínseca de crear y establecer una imagen identitaria, ya sea ésta social, individual o en torno a sujetos capaces de leer en su historia el paradigma de la naturaleza humana. La experiencia, el acto irrepetible del acontecimiento, parece moldear ese espacio intangible llamado memoria, y someterla a la sensibilidad por medio del recuerdo. En este panorama ¿Qué significa la ausencia de memoria, es decir, el olvido?.

Hablar de patrimonio fílmico es hablar en torno a la política de la memoria. Eso lo han entendido las instituciones, para bien y para mal, que instalan lugares comunes en el escenario público para luego relegar nuestra memoria a la invisibilización. La política de la mala memoria en Chile ha sumido a diversos directores, actores, técnicos, películas, movimientos y experiencias en un lugar marginal dentro de un panorama que permite el predominio de estas prácticas. Armando Rojas Castro, Edmundo Urrutia, Fernando Bellet o Luis Cornejo permanecen como nombres, y no como articuladores de corrientes y movimientos dentro de la historia del cine local, algo que es un deber resarcir.

Una forma de releer nuestra historia es por medio del cine, y un claro ejemplo de ello es Lautaro Murúa, cineasta emblemático, trasterrado, polémico y desconocido, nunca filmó en Chile pero sí lo hizo desde Chile, desde el desarraigo y el exilio, cuya sensibilidad social gatilló una serie de películas vinculadas con los problemas de una latinoamérica pobre y colocándose del lado de aquellos permeables a la injusticia: los niños, los pobres, los honestos. Relevar a Lautaro Murúa como autor, descubrirlo como cineasta y entender las problemáticas sociales implícitas en toda su obra, son los objetivos tras recopilar y divulgar gran parte de sus obras y desempolvarlas del olvido.

Nacido el 29 de Diciembre de 1926, Murúa tuvo sus primeras aproximaciones a las artes en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, posteriormente incursionando como actor en algunas de las pocas producciones chilenas realizadas a inicios de los años cincuenta. Debe exiliarse en Argentina tras la llegada al poder del General Carlos Ibañez del Campo, involucrándose en la vida intelectual y artística porteña. En 1960 dirige su primer film, “Shunko”, con guión de Arturo Roa Bastos. Un año más tarde filma, “Alias Gardelito”, retrato de los barrios bajos de Buenos Aires y que fue censurada en Chile pese al reconocimiento internacional. La década siguiente le permitió consagrarse como uno de los más importantes actores del cine argentino, con apariciones en películas como “Martín Fierro” (Leopoldo Torre Nilsson, 1968), “Invasión” (Hugo Santiago, 1969), “Los Traidores” (Raimundo Gleyzer, 1973), “Nazareno Cruz y el lobo” (Leonardo Fabio, 1975), entre varios otros. Intenta filmar una película junto a Raúl Ruiz en 1963, “El Retorno”, que nunca concluyen y de la que aparentemente se ha perdido toda pista de existencia. Recién en 1975 realiza un nuevo largometraje “La Raulito”, que nuevamente incorpora temáticas como la lucha de clases y la humanidad ajena al predominio del capital. Sin embargo debe exiliarse por segunda vez un año más tarde, en esta ocasión luego de la ascensión del General Perón, radicandose en España. Retorna a Argentina en 1983 para filmar “Cuarteles de invierno”, una película madura, oscura y melancólica, basada en la novela de Osvaldo Soriano y con música de Astor Piazzola. Sería su último film, que no le impediría actuar en algunas películas más hasta que su vida se agotó un día 3 de Diciembre de 1995.

La presente retrospectiva no sólo intenta ser justa con uno de los artistas importantes de nuestra historia, sino que posibilitar que la trascendencia se transforme en la posibilidad de sensibilizar en torno a la importancia de nuestro patrimonio para con ello instalar la urgencia de nuestra memoria.

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Entrevista a Lautaro Murúa: «Soy un empecinado defensor de las cosas que considero justas»

Por: Editor / 05 de octubre, 2012

Lautaro Murúa es uno de los cineastas chilenos menos conocidos en Chile. Su filmografía la realiza en Argentina y España, y por vez primera se exhibe parte importante de sus películas en nuestro país. Rescatamos una entrevista realizada por Viviana García a este autor reivindicado, redescubierto y que ha sido un verdadero hallazgo para muchos de los asistentes en que se proyectan verdaderos clásicos del cine latinoamericano.

* Entrevista extraída de Generaciones 60/90. Cine argentino independiente, Buenos Aires: Malba –Colección Costantini, 2003

VG: ¿Cómo es Lautaro Murúa?

LM: Soy un poco difuso, demasiado absorbente, disperso. Esta radiografía es un síntoma de debilidad, no de vanidad.

VG: ¿Dónde realizó su formación artística?

LM: Mi formación inicial transcurrió en Chile. Primero pasé un período muy breve, muy irregular, en Bellas Artes, donde estudié escultura y pintura; muy pronto me derivé, casi insensiblemente, al teatro, quizá por aquello de que “la llama sagrada se lleva adentro”. Ese momento de mi vida –años 50- coincidió con el nacimiento de un movimiento de teatro dentro de la Universidad de Chile. Así me acerqué a esa actividad nueva, brillante, atractiva y fundamentalmente seria. Es decir, no era para mí un hobby al que se le dedican las horas libres. La idea de crear un teatro dentro de la Universidad surgió de un grupo de personas, profesores y estudiantes de pedagogía, literatura, lenguas, historia y filosofía, de manera que los actores y los profesores de teatro formaron parte de la jerarquía académica y eso fue lo que permitió que se constituyera en un movimiento permanente.

VG: ¿Por qué eligió radicarse en Argentina?

LM: Bueno… elegir no es la expresión adecuada: ocurre que no siempre se elige; no es tan simple, ¿verdad? Por ejemplo, en aquella etapa yo estaba casado y a mi mujer le atraía mucho vivir en este país. Por otra parte, en Buenos Aires, habíamos formado un grupo de amigos y comenzábamos a echar raíces; hay que reconocer que aquí las condiciones artísticas eran, con mucho, más dinámicas y existía cierta estabilidad que faltaba en Chile.

VG: ¿Cuándo se desilusionó?

LM: Para ser bien preciso voy a darle un solo ejemplo, que hace a este tema: en 1957 se desató una estimulante apertura cultural; es el momento en que nace la Ley de Cine, una de las más ejemplares del mundo entero. Durante tres años la cosa funcionó y aparecieron directores nuevos como David Kohon y Rodolfo Kuhn, para citar un par de casos significativos: en general, el grupo que se dio en llamar la Generación del 60. Pero después comenzaron a modificar la ley, a “enmendarla”, corregirla y estropearla totalmente. Como siempre, lo malo no son las leyes, sino los hombres que las aplican.

VG: Pese a tal deprimente estado de cosas, usted permaneció aquí. ¿Cómo se explica?

LM: Soy un empecinado defensor de las cosas que considero justas; cuando llegué a Argentina, podía prever ciertas circunstancias favorables para la cinematografía y al poco tiempo esas circunstancias cambiaron, volviéndose muy negativas. Podría haber hecho las valijas pero preferí participar en la lucha: creo que este empecinamiento determinó mi trayectoria.

VG: ¿Quiénes fueron sus maestros y cuáles de sus trabajos considera más importantes?

LM: Para mí el cine es montaje. En la moviola se puede cambiar todo el guión, sugerir, descubrir aspectos ocultos de los personajes, narrar varias historias a la vez. El cine, también, es cien por ciento ficción. Permite, es cierto, ir a la calle con la cámara y robarle a la realidad. Pero después, en el contexto de una película, esa misma realidad se convierte en ficción. En cuanto a mis maestros, empecé como actor, apoyado por Torres Ríos y después por Torre Nilsson. Ellos, con afecto, me enseñaron lo poco y nada que sé. Me refiero a la forma de contar una historia, de narrarla. Aprendí que en cine lo más importante es ir a lo esencial.

VG: Entonces, su labor de actor fue el medio de que se valió para llegar…

LM: Exacto, exacto… Desde el principio de mi carrera, sabía que llegar es muy difícil. Y me volqué en la interpretación buscando permanentemente al actor. Y al director…

VG: Y una vez que llegó a ser director…

LM: Sentí borrachera… Pero entiéndame, borrachera de cosas muy difíciles de explicar. Es un proceso interior tenso, puntiagudo, diría. Algo así como una combinación. Es tener un arma poderosa en la mano.

VG: ¿Qué nos puede decir de “Alias Gardelito”?

LM: Es un testimonio pero ciudadano. Es un tema agrio, desagradable, quizás antipático. Pero realizado con el mismo espíritu de “Shunko”: mostrar a cada uno su propia imagen. Y conste que esta frase no es de mi pertenencia. “Toribio Torres, alias Gardelito”, según el cuento de Kordon, es la historia clásica del clásico muchachón porteño que así lo han bautizado sus amigos de la “barra”, porque canta, según ellos, como el Zorzal Criollo. Y como un tema definido impone el estilo, este film no tiene esa cosa simple, casi aparentemente sin cuidado que tiene “Shunko”.

VG: ¿En los dos films se da el respeto por la realidad, la trascripción de los hechos o una elaboración de juicio crítico?

LM: Un poco de todo. Hacer una película del tipo de Shunko o Alias Gardelito supone una posición testimonial, equivale un poco a salir con la cámara al hombro y ver qué pasa. Pero, con el objeto de que el material fílmico tenga continuidad lógica y a la vez riqueza y auténtico valor testimonial, debemos dotar a la historia de antecedentes, de un ámbito y del resultado de la observación de tipos, etc. La elección de los temas determinó el estilo y puedo asegurar que hay gran cantidad de escenas documentales, unas previstas, otras no. Filmé solamente las indispensables, es decir, que no son films que hayan resultado así de forma casual.

VG: ¿Literariamente Fray Mocho, Payró, Enrique González Tuñón, Roberto Arlt preanunciaron al personaje de “Alias Gardelito”?

LM: Sí, desde luego, una de las vetas más ricas de la literatura argentina se basa en ese tipo humano, se preocupa por los caracteres típicos de su país. No veo en Arlt el antecedente inmediato perfectamente definido aunque, hilando fino, el chico de “El juguete rabioso” podría ser un Gardelito si le fuera bastante mal y tuviera buena cepa. De cualquier modo, es interesante constatar que el cuento de Kordon es producto de toda una predisposición ambiental en la literatura argentina.

VG: ¿Qué relación de desarrollo, de oposición, de síntesis, hay entre el maestro de Shunko y el cuentero de Alias Gardelito?

LM: Si yo admitiera la existencia de una antítesis buscada estaría pretendiendo abarcar el universo. Aclaro, además, que el hecho de haber comenzado con “Shunko”, no fue accidental; evidentemente, yo quería filmar y tenía varios temas pero en cuanto Roa me trajo el libro de Ábalos no dudé más. En cambios, “Alias Gardelito”, nació por azar. Y aquí viene una confesión que puede divertir, doler o sorprender a alguna gente. En circunstancias en que teníamos dos o tres temas en la mano, preferimos “Alias Gardelito”, por considerar que era posible hacerlo en poco tiempo y a costo reducido. En cierto momento se pensó en hacer una cosa de tipo policial; es decir, en tren de producir, se deseaba hacer algo sin mayor compromiso y con tal de tener una segunda película en el año. Puestos ya a la tarea de realizar “Toribio Torres, alias Gardelito”, éste fue tomando cada día mayor profundidad y un buen día me hallé con un compromiso bastante más serio de lo pensado al principio. Así es como casi por casualidad, se hizo “Alias Gardelito”. Porque no tenía mayores complicaciones económicas. O sea: yo no me propuse conscientemente una evolución creadora del tipo “con ‘Shunko’ he retratado tal cosa, ahora voy a retratar tal otra”. Pero queremos contraponer (dentro de una unidad espiritual de las dos obras, pues fueron hechas con la misma pasión e ímpetu, con el mismo deseo de retratar la realidad), podemos decir que hay una profunda antinomia, que todo lo positivo, estimulante y directo que quiere ser “Shunko” es indirecto, violento y agresivo en “Alias Gardelito”. Es posible que, aparte de los temas en sí que ya determinan una forma de realización, esto nazca de mi formación espiritual: tengo, a priori, un profundo afecto por el interior, por la “América no conocida”, y una profunda aversión por la vida de ciudad: ésta es el centro donde se dan todas las posibilidades pero también todos los rasgos y crueldades. En la ciudad la gente vive sola. Esa actitud mía puede haber determinado el clima un tanto siniestro que por momentos tiene “Alias Gardelito”; y la búsqueda del aire, del árbol, de la gente simple, de los animales, le ha dado a “Shunko” esa especie de felicidad reinante a pesar de todo. Que las dos películas se opongan totalmente me parece imposible como no sea a través del filtro señalado. Por ser producto de una misma concepción, son dos rayos de una misma rueda.