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Artículos / Memoria Especial: Homenaje a Fernando Balmaceda

Fernando Balmaceda del Río

Por: Diego Pino / 02 de mayo, 2012

“Las plumas van a tocar tierra, deslizándose quedamente en el sentido de las cabezas alineadas: una acaricia el pliegue del pantalón verde-militar y se posa sobre la bota negra de media caña, otra va rozando las cabezas inmovilizadas contra el piso  y detienen su vuelo delante de sus ojos, mis ojos, hago un esfuerzo para ponerla a foco y veo entonces la mancha bermellón, el diminuto coagulo de sangre. Nos van a matar, pienso”.[1]

Fernando Balmaceda
(De zorros, amores y palomas)

En 1955 dos  emergentes cineastas deciden formar una empresa publicitaria para la realización de obras audiovisuales, donde podrían crear documentales capaces de dar a conocer la realidad de la producción estatal chilena, arraigada en el tratamiento de materias primas, con el fin de mostrar  la consolidación de un país trabajador y sustentable. Esta  exitosa y fructífera empresa será bautizada como Cinep (cine Publicitario), y será fundada por Armando Parot y  Fernando Balmaceda.

En Chile la concepción social del progreso estaba instalada en la idea de que las empresas del Estado debían funcionar, y en justa medida lo hacían, pudiendo obtener beneficios directos de sus resultados, por ende se le tenía un respeto y admiración al trabajo de estas empresas que eran parte de todos los ciudadanos.  El área documental trabajaba por esos tiempos en rescatar y documentar por iniciativa propia, o a pedido de las mismas empresas, sus actividades, sus funcionamiento, el trabajo de las personas o aspectos que la gente no conocía necesariamente y  que adquiría  importancia en la población. Bajo directores como Guillermo Yanquez  o Pablo Petrowitsch conocíamos  acerca del salitre, o podíamos ver la relación entre el hombre y las industrias. Gracias a ellos podemos ver hoy como la sociedad chilena se desenvolvía en otros años, y cuales eran las situaciones laborales y sociales del país.

Por esos tiempos un joven estudiante de Bellas Artes, pintura y escultura, intentaba formar una productora llamada Cronos Films, donde nacería su primer trabajo junto a Armando Parot, llamado “Santiago en el Mar”, para desde ahí utilizar sus conocimientos artísticos, y su interés por  la política y la sociedad, en mostrar a Chile y el mundo como el país se desenvolvía, avanzaba o retrocedía.

Fernando Balmaceda del Rio  se dedicaría  por mucho tiempo a construir y compartir con la gente  una mirada audiovisual de lo que ocurría en su país, por esto luego de un gran viaje que haría por  Europa y Estado Unidos, donde estudiaría Pintura y escultura, vuelve a juntarse a su socio  para crear Cinep , y producir el primer material dirigido por Parot llamado “Petróleo  chileno (1955)”, sobre la extracción y refinación del petróleo realizada por la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP). Este trabajo permitiría que la producción de películas también viniera desde otra parte y pudiera competir con una empresa Argentina llamada Emelco. Fernando recuerda en sus memorias: “La actividad cinematográfica en Chile era escasa al momento de reiniciarnos en Cinep con Armando Parot. Existían los estudios Chile Films, estatales y burocráticos, creados durante el primer gobierno radical… “[2]

Con esto en 1956 Fernando daría el paso a su primera obra en su empresa, que será sobre la Fuerza Aérea Chilena, y luego dos cortometrajes sobre los inmigrantes del país, llamados “La Colonización en Chile (1957)” y  “Bienvenidos a Chile (1958)”, ambas auspiciadas por el Ministerio de Tierras y por el Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas, (CIME), para la exhibición en el extranjero. Con esto la producción se incrementaba y las nuevas tecnologías entraban en juego, por lo que en 1959, y con la ayuda de el Fotógrafo Eugenio Ossa, quien operara en Cinep  hasta su disolución, realizan su primer trabajo en color, auspiciado por la Industria Azucarera Nacional S.A. (IANSA), llamado “Tierra Dulce”, sobre el funcionamiento de su planta en Los Ángeles. Este trabajo participará en el Festival Internacional de Documentales organizado por la Universidad de Chile, junto a trabajos como Mimbre (1957) de Sergio Bravo y  El Cobre y sus hombres (1959) de Patricio Kaulen.

“El estreno de Energía Gris,  documental de veinte minutos, casi me mata. La tarde anterior el laboratorio me entrego la primera copia; al revisarla descubrí espantado que el sonido estaba fuera de sincronismo (…) a las once me paseaba frenético frente a la entrada del cine Central; un cuarto para las doce comenzaron a llegar los primeros invitados y alguien me dijo que presidente Alessandri, que había aceptado asistir, venia caminando por la Plaza de Armas…”[3]

Energía Gris, terminada en 1960, obtiene el premio de los críticos de Arte,  respaldando así su trabajo en Chile y su decisión de no irse a Venezuela por oferta de espacio y trabajo, que el mismísimo Allende y Orlando Letelier le habían ofrecido hace dos años atrás[4], cuando se conocieron en la campaña presidencial, donde Balmaceda participo de la comisión de propaganda del candidato Salvador Allende, ya que era un responsable y trabajador militante del Partido Comunista, cuestión que después le traería inclusiones al trabajo académico, político y social, y que además lo golpearía fuertemente en 1973, pero que él no define como una activa militancia:  “no era un ser político activo (…) mi comunismo era más bien un sentir, una fe que despertaba muchos recelos pero que me hacía creer en la posibilidad de cambiar nuestro mundo por otro mejor”[5]

En 1961 realiza un documental sobre las actividades desarrolladas en la Escuela de Artes Aplicadas de Santiago, llamado Manos creadoras. La película es financiada por Braden Copper Co.,  y es revelada en EE.UU., costando alrededor de 15 millones de pesos. El film obtiene diploma en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, Checoslovaquia, en 1962. Aquí da cuenta de la mirada distinta que ellos entregaban en sus producciones, porque si bien trabajaban filmes con fines de información y patrocinio publicitario, en sus propias palabras lo hacían más atractivo por sus textos ingeniosos, música y efectos sonoros adecuados, creyendo ser  los primeros en pedirles a compositores chilenos música especialmente escrita y  grabada por orquesta, entre ellos Gustavo Becerra y Sergio Ortega.

Entre 1962 y 1967 Fernando realiza: Tejidos Chilenos, 1965, donde se presenta la historia de los textiles, incluyendo a la Fabrica de paños Bellavista-Tomé. La película es exhibida en el Festival Internacional de Cine de Moscú  (URSS) en 1965 y  en el festival de Cine de Viña del Mar en 1966. En esa oportunidad cuenta con la colaboración de Sergio Ortega en su musicalización. Ese mismo año el cortometraje Carbón, auspiciado por la Compañía carbonífera e industrial de Lota, sobre la extracción del carbón bajo la mina de Lota, participa en el IV Festival de Cine de Viña de mar, obteniendo el premio al Mejor cortometraje Nacional. Para el año 1966, Cinep logra un acuerdo con la Compañía de Cervecerías Unidas para la realización de una serie de documentales acerca de los ríos del país, llamado “Calendario de los Ríos de Chile”. Fernando Balmaceda logra filmar 3 de ellos: Río Lauca, 1966,  Río Loa, 1967, y Los ríos patogénicos, 1967. En ellos nuevamente participó en su musicalización Sergio Ortega.

“Nuestra forma de operar consistía en acércanos a empresas e instituciones importantes para ofrecerles un filme que destacara sus procesos de producción o sus políticas hacia la comunidad; nuestra oferta valorizaba las producción misma del filme y su exhibición a través del país.”[6]

Todas las películas dirigidas por Fernando Balmaceda tenían su firma que resaltaba al trabajador y los procesos de producción nacionales, además de siempre tratar de completarlo con el país, la naturaleza y su gente. Con esto nacieron obras diferentes, como cuenta el director, a dos años de las elecciones del ‘70 los empresarios ya se preparaban para un eventual triunfo, poniendo en primer plano a las fuerzas armadas, tanto para halagarlas como para hacer resaltar ante la ciudadanía su evidente poderío. Zafarrancho de Combate, Frente de Combate y Misión de Combate, fueron documentales que el propio Salvador Allende vio, y donde Fernando Balmaceda recuerda que comentó entusiasmado el poder de los Hawker-Hunters, los mismos aviones que dos años después bombardearían la Moneda.

Su  compromiso social y su trabajo dentro del partido lo llevarían a comprometerse con proyectos  para las elecciones del ‘70, pero mucho trabajo no le darían el tiempo, y el triunfo del Presidente Allende lo alcanzaría,  por lo que decide filmar las celebraciones y el discurso que el Presidente electo daba al mar de gente que llenaba la Alameda desde Plaza Italia hasta la Estación Central. Este documental de 1970 se llamará “El Cuatro”, recordando el día de Septiembre que Allende ganara. Paralelamente su sociedad junto a Armando Parot se terminaría, y Parot haría el filme de propaganda del Candidato de oposición Jorge Alessandri.

Con proyectos argumentales en mente que el mismo Allende, Neruda y Parra habían escuchado, Balmaceda decide interrumpir  su normal vida, e insertarse y comprometerse en la creación del  Instituto de cine de la Universidad Técnica del Estado, donde el mismo rector Enrique Kirberg lo invitaría a participar. Con este nuevo puesto el cineasta comenzará una época productiva importante, de donde nacerán películas como “El sueldo de Chile”, que en sus propias palabras es un filme agresivo en contra del imperio Yanqui, y a favor que el país recuperara para sí una riqueza básica que constituía su sueldo.[7]  Gracias a esta película  recibirá  en Moscú la Medalla de Oro y luego la Palma de Oro en Leipzig, además del profundo reconocimiento del Presidente Allende, quien viera la película en La Moneda antes del estreno y le ofreciera un puesto en el gobierno, pero que Fernando Balmaceda rechazaría para poder seguir trabajando desde la Universidad, donde “hacia lo que sabía hacer”. Ese día será la última vez que vera al presidente frente a frente.

Desde la UTE tendrá la posibilidad de producir películas acerca del trabajo de la Unidad Popular y el gobierno, además de otros documentales aún de empresas productoras, y también realizará una obra que comenzó haciendo sobre el trabajo de la Universidad con el cambio social, que coincidió con la visita del comandante Fidel Castro a la Casa de Estudios, evento que logró filmar y construir así “Compromiso con Chile” (1971). Este periodo lo mantiene ocupado produciendo y abriendo el mundo documental y privado a nuevos cineastas y al trabajo cercano con el Estado.

“El Lunes 10 en la tarde dejamos todo listo para filmar a la mañana siguiente al compañero Presidente, que desde nuestra universidad llamaría  al país a dirimir, en un plebiscito, la pugna que amenazaba con la guerra civil”[8]

El 11 de Septiembre de 1973 Fernando Balmaceda es tomado preso junto a todo su equipo de producción, y esta toda la noche del 11 en la UTE junto a otros académicos y estudiantes. Gracias a su conocimiento de los militares por su servicio y por sus grabaciones anteriores,  resulta que conoce a un militar de los que estaban ahí que lo reconoce como director y le consigue un salvoconducto. Balmaceda es liberado junto a algunos de sus compañeros, vuelve a su casa, y no deja jamás el país, incluso aunque la misma esposa del fallecido Presidente Allende le enviara una carta incitándolo a dejar Chile, pero el cineasta creía que había que enfrentar el peligro y sobrevivir con la mayor dignidad, y muchos de sus amigos artistas e intelectuales dejaron Chile:

“Me cabe si la duda de que en algún momento de ese cruel, y para algunos exitoso exilio, hayan destinado siquiera un segundo a recordar y pensar en los amigos y compañeros que nos quedábamos a sobrevivir la dictadura, y cuando retornaron quince, veinte años  después… Bueno, supongo que creerían que estábamos todos muertos”[9]

Luego de esto formara una empresa de publicidad llamada Cámara Uno que dura  solo 3 años, y luego otra empresa llamada Integra, donde producirá varios proyectos audiovisuales, terminara con eso y tendrá proyectos desde la empresa Comunicaciones B&F que da nacimiento a una revista donde trabajaba con el dibujante Hervi, o a cursos que se llamaban sistema de capacitación Audiovisual. Lo cierto es que su producción audiovisual dejo de ser tan fructífera y exitosa, y su longevidad comenzaría a dejarnos como recuerdo su gran época dorada del cine documental chileno en los años ‘60, donde fue capaz de transmitir a Chile y el Mundo más que un proyecto social, la verdadera identidad sensible y buena persona del chileno de esos años que prometía un crecimiento social y económico horizontal, que así como muchas cosas en Chile, vino a quebrar la dictadura Militar impulsada por la clase dominante.

En 2002 Fernando Balmaceda escribe sus Memorias: De Zorros, amores y palomas,enmarcado en el concurso convocado por la revista Libros del diario El Mercurio.  Hoy en día vive en su casa de Los Dominicos, con la enfermedad de Alzheimer que cada día lo deja más sin recuerdos, que hoy el Cineclub de la Universidad de Chile pretende rescatar para compartir  con la comunidad, y hacer de sus memorias nuestros recuerdos del país y el  del cine chileno.


[1] Balmaceda, Fernando, De Zorros, amores y palomas, Ed. El Mercurio-Aguilar, Santiago de Chile, 2002, p. 9

[2] Ibíd. P.343

[3] Ibíd. P. 342

[4] Ibíd. P 340

[5] Ibíd. P.449

[6] Ibíd. P.339

[7] Ibíd. P.382

[8] Ibíd. P.415

[9] Ibíd. P.440

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Entrevistas Noticias

Entrevista a Roberto Farías: “Quiero Entrar es como guerrillera”

Por: Editor / 27 de marzo, 2012

Conocí a Farías por su película. Es decir, al ver “Quiero entrar”, entendí que tras el film había alguien molesto por un sistema que condiciona pero no otorga. Bastante mas jóven y alocado que otras producciones nacionales, la película es un desprejuiciado retrato de las ansias aspiracionales de la clase media. Sin pretenciones mayores que la de armar una película tan experimental como subversiva, “Quiero Entrar” contiene una carga poética que pocas veces aparece en el cine local.

Cuando conocí a Farías en persona, entendí que no me había equivocado. Nobleza otorga, coincidimos en el estreno de otra película chilena completamente independiente, de esas que no financia el estado ni los fondos de Europa. Farías sabe que ha hecho una película modesta, pero que su importancia radica en enfrentarse a la impune violencia que ofrece el sistema hacia quienes, alienados, no tienen el lujo de poder optar por las vidas que quieren llevar adelante.

Quiero entrar” reflexiona sobre aquellos que llegan a sus casas agotados luegos de ser explotados por la máquina capitalista, prenden el televisor y reciben la superficialidad de los medios de comunicación. Un Chile idílico que no existe sino en la cabeza de los ejecutivos de las cadenas de televisión y los controladores de los medios de comunicación. La película es crítica con ese sistema y se vale de un caso delirante como el de Eduardo Orellana, que aspira a llegar a trabajar en televisión. “Quiero entrar” es la metáfora del ciudadano contemporáneo y de cómo funciona la influencia de los medios en la gente y lo superficial que pueden ser la objetividad cínica de Facebook o Twitter sobre un país que se cae a pedazos por culpa del arquetipo neoliberal, el mismo que Farías no solo cuestiona, sino que le indigna y molesta.

¿Cómo surge la idea de realizar «Quiero Entrar»?

Por el año dos mil conocí a Eduardo Orellana por un video promocional en el cual él, de manera bastante arriesgada y original, presentaba sus trabajos televisivos sin discriminar la factura: comerciales, apariciones en el programa “Mea Culpa”, cameos aplaudiendo como publico en algún estelar…Orellana había realizado este compilado de imágenes con el fin de que algún director lo descubriera y le permitiera desarrollar sus talentos en la pantalla chica. Si bien es cierto, el tenor de dicha performance podía rayar en lo delirantemente patetico-triste-hilarante, detrás de esa capa noté un grito desesperado de la humanidad por poder desarrollar sueños imposibles en este sistema que no permite realizar esas proezas con facilidad. Eso fue lo que me sedujo, la valentía y lo jugado de Eduardo Orellana, y cómo de alguna manera él nos representa en nuestras miseras y vanidades, que se esconden detrás de nuestros aparentemente controlados egos.

¿Cuál es tu impresión del medio cinematográfico nacional y que espacio ves para las películas independientes?
Lo estoy recién conociendo, pero claramente me doy cuenta lo difícil que es sacar adelante películas experimentales, independientes y de bajo presupuesto, ya que el medio claramente recibe dentro de sus “getthos” películas con temáticas y estéticas que obedezcan a un cine «vendible» y tradicional, ojalá que parezca un film europeo: sandías caladas que se van directo a Cannes. Los directores trabajan para quedar en esos festivales mas que por hacer un cine de autor y que se meta en “las patas de los caballos” o que hable de las miserias de este país, de lo particularmente especiales que somos con ese híbrido facista que permite que la derecha vuelva a gobernar, o elementos de nuestra idiosincrasia como eso de no quedar mal con nadie, de salvarse solos o hacer despegar a los «amigos», a los «socios estratégicos» o «coleguitas» que quieren pegarse un viajecito…

Creo que hay que abrir los espacios. Así como la gente está saliendo a las calles a pelear por su dignidad, deberán abrirse aún más las puertas para que el cine ultraindependiente vea la luz y se proteja a los nuevos creadores.

¿Cómo llegaste a trabajar con Willy Benítez y Eduardo Orellana?
A Willy lo admiro mucho, siempre quise hacer algo con él. Es un actor de mucha trayectoria y que hay que revalorizar. Edurado es el mejor protagonista que pude contratar para que diera vida a una película como “Quiero Entrar”: nuestro Frankistein reivindicativo de los soñadores…

¿Cómo ha sido la recepción de «Quiero Entrar» por parte del público?

A los que mas les gusta es sin duda a la gente sensible, profunda, inteligente y que es capaz de mirar más allá de sus gustos y su ombligo, particularmente gente con una visión política de la vida, bastante potente, de no transar. “Quiero Entrar” es como guerrillera, sin pecar de pedante, pero la visceralidad del film atrae a la gente apasionada, poética, de “guata”…es una película que se ve “desde lo más profundo de la guata”, por eso nuestro más fiel público son los cabros jóvenes que se dan cuenta que de alguna manera se puede opinar desde el cine, y se pueden sacar adelante sueños aunque no te auspicie ningún Fondo Concursable.

* «Quiero entrar» se exhibe este miércoles 28 de Marzo a las 19 hrs en la jornada inaugural de la 4º Muestra de Cine Chileno contemporáneo que organiza el Cine Club de la Universidad de Chile. La proyección se realizará en la Sala Jorge Müller ubicada en Ignacio Carrera Pinto 1045, comuna de Ñuñoa, a pasos de las calles Macúl y Grecia. La entrada es completamente liberada.

Revisa la programación completa en www.cineclub.uchile.cl y las novedades en el Twitter @uchilecineteca

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General Noticias

Dossier N°2: Balance año 2011

Por: Editor /19 de febrero, 2012

Nuevamente, y en su estilo, Séptimo Arte hace un balance de lo que fue y nos dejó el año 2011.

La cultura entretenida (A modo de balance de un año cinematográfico)

La Mejor Película del 2011: “Quiero Entrar” (Dir: Roberto Farías)

Lo mejor del 2011: “Nostalgia de la Luz” (Dir: Patricio Guzmán)

Lo mejor del 2011: “Efectos Especiales” (Dir: Bernardo Quesney)

Lo mejor del 2011: “El Mocito” y “Anónimo”

“Violeta se fue a los Cielos”: lecturas dominantes sobre el país

Editor Dossier: Carlos Molina González.

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Especial: Balance 2011 / Artículos / Crítica + Ensayos

«Violeta se fue a los Cielos»: lecturas dominantes sobre el país

Por: Luis Horta / 19 de febrero, 2012

Posiblemente “Violeta se fue a los cielos” de Andrés Wood trascenderá en los recuentos de películas estrenadas (en salas comerciales) durante 2011.  Es más, aquellos que se empecinan en pensar y divulgar que el cine chileno se encuentra en las salas de cine, alabarán y glorificarán la estrategia de Wood, un supuesto cine con identidad.  Sin embargo, lejos de ser el habitual biopic, la película se instala desde su raíz como una lectura de ciertos temas que el propio Wood había desarrollado en anteriores filmes, y que podría develar su pequeña obsesión por la traducción cinematográfico-formal de una concepción de la imagen popular. “Historias de Fútbol” de 1997, “El Desquite” de 1999, “Machuca” de 2004, han constituido una declaración de principios en torno al mercado y lo popular bajo su óptica (muy) personal, y a la vez conveniente.

Wood quiere entender eso de que la gente debe volver al cine a ver sus propias películas, frase comercial y ramplonería superficial replicada una y otra vez como parte del lugar común: la clave para que el cine chileno sea masivo –y por ende comercial y rentable como un negocio cualquiera- debe tener una relación directa con su entorno. De ahí los esfuerzos por concretar películas enraizadas en mitos populares y masivos (el fútbol, el campo, la Unidad Popular, Violeta Parra) que de por consiguiente repercuten en mercados internacionales por significar la reedición en clave cine de aquellos hitos legibles en el mundo sobre nuestro país.

La deconstrucción de “Violeta se fue a los cielos” es un ejercicio que devela una película profundamente tibia y mezquina, con una lectura no solo parcial, sino que sesgada y que se esmera en proponer un universo idealizado, romántico y coherente con la imagen dominante de lo popular, exportado a un fin netamente comercial. El propio Andrés Wood declara: “A mí no me interesa sólo ir a pensar al cine. Me interesa pensar pero empatizar con el personaje y en ese sentido, la fragmentación le permite al espectador una entrada emotiva” [1]. La emoción, que plantea Wood, no es sino la conexión empática con lo popular por medio de  la representación arquetípica de modelos y mitos locales que intentan articular un relato de lo nacional bajo un prisma oficial.

Los paralelos con otras películas chilenas de iguales características es impresionante. Tal es el caso de “Largo Viaje” (Patricio Kaulen, 1967), que la película no duda en homenajear hilvanando la canción “El Angelito” de Violeta Parra con las escenas del velorio de un angelito, una reconstrucción calcada merito de Rodrigo Bazáes, hoy por hoy el director de arte mas cotizado del medio. También es un homenaje instalar una escena mas bien melodramática retratando el sufrimiento de un abuelo ante la muerte de un nieto, al igual que en la película del año 1967.

 La similitud-homenaje no es menor: Kaulen, democratacristiano acérrimo [2], concretó en “Largo Viaje” un intento de idealizar desde la ficción el descenso por el arquetipo de la miseria del tercer mundo, sumándose de manera tardía al movimiento fílmico que ya había emanado crudas películas de abierto corte social y que reportaba dividendos en cuanto a renovación estilística. “Vidas secas” de Nelson Pereira Dos Santos se había estrenado en 1963, “Dios y el Diablo en la tierra del sol” de Glauber Rocha en 1964 y “Now!” de Santiago Álvarez en 1965, mientras que en Chile el marasmo de producción se veía subvertido por los primeros films de Sergio Bravo y las películas emanadas desde Cine Experimental entre 1962 y 1965(“Por la tierra ajena” de Miguel Littín, “Yo tenía un camarada” y “El analfabeto” de Helvio Soto y por cierto “A Valparaíso” de Joris Ivens, por citar algunas de ellas).

Kaulen se vale de la sensibilidad para instalar el mito de los marginales, aquel que buenos frutos le depararía aprovechando el apetito exotista que en Europa despertaba este puñado de filmes sobre la pobreza continental, donde las prostitutas parecen modelos y que arrojó en su momento comentarios sardónicos de algunos críticos que señalaban preferir irse a vivir bajo los puentes del río Mapocho si es que las prostitutas eran como aparecían en el film [3]. El dispositivo de “Violeta” es similar, en este caso usando el puente que es el personaje principal, alegoría propicia para profundizar en una concepción artificial de país pobre pero con la riqueza de la poesía.

Dos miradas sobre el artificio popular, “Largo Viaje” en 1967 y su parafraseo en “Violeta se fue a los Cielos”

“Violeta se fue a los cielos” despoja de toda carga crítica a su personaje, mostrándola como un producto de su contexto.Lo popular adquiere un carácter publicitario, precisamente por que es un film cómodo, que no documentará ni cuestionará una historia oficial sobre la artista revolucionaria más importante del siglo XX, lamentablemente utilizada como imagen blanqueada que representa un supuesto ideal del campesinado: sensible, trabajador, autosuficiente y emprendedor, virtudes y alabanzas dignas de una franja electoral. El sacrificio siempre es “en cierta medida”, lo mismo que el choque de clases que se insinúa caricaturizado tanto en la ficticia entrevista que sirve de hilo conductor al relato, como en aquella extraña y surrealista secuencia donde la cantante interpreta algunas canciones para la alta elite.

Satisfacer las emociones de la masa es, en si, un fin político, dado que la alienación o la agitación, la “reflexión” o la formación, son finalmente los códigos culturales con los que juega el autor, en este caso cubiertos de un manto relacionado con la iconografía oficial con que se ha dotado a la obra de Violeta Parra, aminorando su discurso subversivo, intercambiado en el film por sus dramas pasionales. Optar por un film con los códigos del melodrama, relegando el sentido social de la actividad artística de Violeta Parra, es una forma de leer en transparente una vida bastante más oscura. Esta estrategia de enfrentar la historia e  instalar la imagen de la poetisa romántica matizada con elementos sociales, permite proyectar una imagen naïf de una artista comprometida a nivel ideológico. Bajo ese prisma, no es raro que incluso políticos de derecha alaben la película y reconozcan que en su discoteca cuentan con algún disco de Violeta. El mismo Wood esquiva la respuesta, tildando la música de Violeta Parra como “muy moderna” en su vinculación con los movimientos sociales y estudiantiles del año en que se estrena la película [4].

“Machuca” es un film que se parece mucho a “Violeta se fue a los cielos”.  Estrenada en 2004, en un momento sensible (a meses de cumplirse treinta años del golpe de estado de 1973), el rescate de una estética propia del periodo a base de una elaboradísima dirección de arte, no solo aborda el instalado (y mediatizado) concepto de la polarización social, sino que lo proyecta e instala como un hecho. “Machuca” no hace sino plantear la “teoría del empate”: la violencia de izquierda obtuvo la respuesta violenta de la derecha, las culpas son repartidas y la agitación social era parte del país quebrado. Nada de Estados Unidos, nada de El Mercurio, nada de insidia. En ese contexto, el golpe de estado aparece como un acto político que sirve de background también a un melodrama, cuyos protagonistas son niños de dos clases sociales distintas. La “emoción” que alude Wood no es sino un punto de vista conciliador, estándar y tendencioso de la historia de Chile.

La invisibilidad del presidente Allende, junto a la ausencia de las políticas de su gobierno dentro del discurso del film [5], de manera omnisciente nos sitúa en una lectura del periodo desde el punto de vista de la derecha: los acaparadores burgueses se validan en el mercado negro y sacan provecho del caos económico y social, mientras las precariedades propias de la pobreza generalmente van acompañadas de una mirada exagerada de la izquierda poblacional o marginal.  “Violeta se fue a los cielos” no dista mucho de esta lectura estética y discursiva. Es más, se acentúa alimentando un ejercicio estético preciosista y elaborado, propio en un lenguaje más bien conservador que instala la mitificación como dispositivo e hilo conductor. Tal como “Ayúdeme usted compadre”, película de Germán Becker realizada en 1968, trata de generar una mitología de lo local a partir de elementos estándares representativos de la identidad poco cuestionables dentro de la institucionalidad.  En el caso de la película de Becker, el “cuerpo nacional” es la música, el paisaje, la épica del “roto”, las tradiciones como virtud moral. En “Violeta” son las mismas, añadiendo el valor de la autosuficiencia mentirosa y machista: la artista puede sobreponerse a las condiciones miserables de vida, pero no al amor perdido.

«Machuca», una película sobre la Concertación

“Violeta” es al igual que “Machuca” una película de clases sociales enfrentadas, donde los marginales son finalmente los protagonistas y los perdedores. Violeta Parra, una marginal campesina y pobre, trasciende a su clase y sólo se valida en cuanto la burguesía y la elite la reconocen y la catapultan como figura. El melodrama, al igual que en “Machuca”,  se instala como eje fundamental del relato, en este caso con la aparición del suizo Gilbert Favre [6], con quien vive una relación tan tormentosa como irracional. Es uno de los periodos más fructíferos e innovadores de Violeta Parra, escribiendo sus canciones más reconocidas y a la vez las más melancólicas; son los años de la “Carpa de la Reina”, de las entrevistas y de su mediatización en la elite cultural local. El académico Pablo Corro detalla en esto cuando señala respecto a “Violeta se fue a los cielos”: “La fama que congrega a gente en torno suyo es más bien el efecto de un proceso invisible en el film. Parece como si fuese Violeta quien busca a la gente, posibilidad que confirman sus palabras en la entrevista de la televisión argentina; dice algo así como que si tuviera que quedarse con una sóla de sus variadas manifestaciones artísticas se quedaría con la gente. Esa frase que la hemos visto en un fragmento documental, probablemente realizado en Francia (puesto que esa es la lengua que hablan la entrevistadora y Violeta), y que pronuncia mientras borda un cuadro o pinta, fue incorporada como imagen de obertura en el bello documental Santiago tiene una pena (2008) de Diego Riquelme y Felipe Orellana. En esta película, como en Violeta, la preferencia por la gente afirma de modo paradojal cierta determinación existencial a la soledad” [7].

En efecto, se produce una simbiosis inversa, donde la artista comienza a recluirse en sus demonios y sus inseguridades [8]. Nacida en San Fabián de Alico, al interior de San Carlos, la infancia rural y precaria de Violeta Parra son tomados en la primera parte del film como una reafirmación del artista “hecho a si mismo”, la autosuficiencia habitual del desarrollo y auto superación. Esta lectura es propia del cimiento neoliberal desarrollado en Chile desde los años ochenta por la dictadura hasta nuestros días, por lo que el mito popular es enfrentado a la lógica de la mercantilización.

Una mujer hecha a sí misma

El mito-Violeta se autodenomina “comunista” en una escena del film. Sin embargo es casi la única referencia política existente a lo largo del film, obviando toda lectura ideológica y minimizando su veta comprometida [9], incluso instalando como discurso la recopilación musical bajo una utilización personal.  Las alusiones directas al compromiso político son su viaje a Polonia, en 1954, en ese entonces bajo la órbita comunista de la URSS. La representación de estas actuaciones en la película son mas bien anecdóticas: la incapacidad de comunicarse en la misma lengua con su público y la parquedad de los europeos frente a las canciones festivas son las únicas referencias “políticas” que la película hace de este viaje, donde originalmente visita la Unión Soviética.

La mimetización de estos aspectos es sistemática a lo largo de toda la película, que incluso pasa por alto la militancia comunista de su esposo en aquel entonces, Luis Cereceda, trabajador ferroviario que habría conocido en el populoso sector de la Estación Mapocho, donde Violeta habitualmente tocaba junto a su hermana Hilda en los locales “El Tordo Azul” y “El popular”, facetas que tampoco se abordan para sí, a cambio, dar cabida a los recorridos circenses a lo largo del país, representado en una surrealista secuencia de la cantante interpretando “Arriba Quemando el Sol” frente a unos atónitos mineros. La película tampoco hace mención al activismo político de Violeta en el Frente Popular, que llevó al gobierno a su segundo presidente, el Radical Gabriel González Videla [10]. La representación que hace “Violeta se fue a los cielos” de este periodo despoja de su contexto sociopolítico al país y principalmente “la gente” a la que alude la película es prácticamente invisible. El sujeto popular es en realidad un individuo fragmentado, fuera de campo y presente sólo en cuerpo de la protagonista.

Violeta comunista, la caricatura que evita hablar del tema.

El punto de vista polifónico que plantea el montaje va de acuerdo a la figura monumental por medio de la deconstrucción, algo que se hereda de la concepción heroica que se recoge desde los films de Sergei Eisenstein sobre grandes figuras iconográficas, y como se vale de ellos para excitar al espectador y conducirlo a un estado de emoción empática por medio del montaje, considerado para este film extrañamente como “complejo” por algunos críticos de cine, sólo y aparentemente por obviar el relato clásico que da paso a una estructura más bien sobretonal, en definición de Eisenstein, y que exalta lo emotivo a partir de la superposición de provocaciones o conflictos audiovisuales [11]. Es común ver alternadas secuencias de videoclip donde se comparte el rol de madre con el de artista, hibridación que recalca y sensibiliza la construcción de un personaje humanizado pero a la vez múltiple en su accionar social.

Por otra parte, las alegorías son simples en su planteamiento tratando de dar un carácter más complejo, como en el caso de los gavilanes peleando que se transforman en la metáfora de ella y su amor, en la relación áspera con su amante y con la vida en general, lo que desafía al espectador a un juego intelectual que lo envuelve en un personaje entrañable, donde lo político pasa a un último plano aparente pero cuyo desprendimiento es la ideología del film.  La estructura narrativa utilizada por “Violeta se fue a los cielos” es idéntica a la que se emplea en “Frida, naturaleza viva” del mexicano Paul Leduc, un retrato poético de una artista también inasible como la mexicana Frida Kalho. En este film, la vida irreverente de la pintora se plantea a través de estampas abstractas, independientes, que se enlazan como un crisol que hibrida temporalidad y espacialidad. Los amores de Kalho ocupan parte importante del relato, tanto con Diego Rivera como con amantes furtivos, que van de la mano con su obra subversiva y radical.

Las similitudes tanto por personaje, estrategia y relato parecen no ser casuales cuando entre ambas artistas hay muchas analogías tanto en su compromiso social (Frida era abiertamente militante comunista, e incluso es reconocida su polémica y oculta relación con Trotsky), por lo que es posible que Wood y Altunaga conocieran esta película, y hayan realizado la estructuración de relato de manera similar, al alternar una forma poética de dramaturgia con los hitos de la vida del personaje. Aún así, la película de Leduc gana en poesía y en discurso, al no evadir aspectos de un cine más bien comprometido con una lógica socialista.

La eficacia dominante del film de Wood va de la mano con el despojo de todo imaginario ideológico de izquierda, evitando los anticuerpos que pueda generar en el público objetivo al que va direccionada la película, y que asiste a las salas de cine alienado por un tipo de producción estándar bajo el lenguaje norteamericano, efectista y formalista. Wood no intenta subvertir esto, sino más bien buscar un pequeño nicho comercial frente a los monumentos norteamericanos.

“Violeta se fue a los cielos” está fragmentada en dos unidades. La primera abarca todo aquel periodo desde su niñez hasta que se instala como artista en Santiago. Un segundo bloque aborda de lleno los últimos años de su vida, amor maldito incluido. No es casual que la primera parte aborde prácticamente cuarenta y cinco años de su vida, mientras que la segunda solamente los últimos cinco años, centrada en su relación con Favre. De manera anacrónica no se muestra la relación musical con Ángel e Isabel Parra, ni profundiza mayormente en la música, sino que se vale de ella para organizar pequeños clips que ejercen como alegorías sobre la poetisa maldita, despechada e irascible. La soledad en que se encuentra los últimos años, la maldición de un medio precario que explota su apellido pero que la margina socialmente es planteado como una sucesión, nuevamente, de anécdotas. Las metáforas visuales se transforman en obvias asociaciones sobre la muerte y la soledad. Así, más que una reflexión sobre lo popular, la película es un relato convencional sobre el desamor en una artista denigrada por el amor, recubierta por el manto de la muerte y la oscuridad, instalándola como parte de los mitos del folcklore nacional.

“Violeta se fue a los cielos” perpetúa una forma de hacer cine, aquella que ve el país sesgado por la ideología neoliberal de derecha, y que encarna también el conservadurismo de aquellos que insisten en ocultar la palabra suicidio de la biografía de la poetisa y cantante popular. Al igual que otras películas que se acercan desde la dominancia hacia el campo de lo popular, este film es la historia de otra mujer, no de Violeta Parra, aquella que recorría el sur de Chile aprendiendo y sin el objetivo de grabar discos o presentarse en vivo en recitales multitudinarios. La cáscara, aquella que se traduce en reconocimiento tardío, es aquella estampa que se comercializa en aeropuertos y tiendas de souvenirs, y es lo que trabaja la película. La artista, se queda aún en el pueblo, como ella mismo lo eligió.

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[1]“Entrevista con Andrés Wood y Eliseo Altunaga” realizada por Antonella Estévez para la Carrera de Cine de la Universidad del Desarrollo y publicada en www.cinechile.cl

[2]Kaulen es designado por el presidente democratacristiano Eduardo Frei Montalva como director de Chilefilms en 1965, cambiando el rubro de la empresa estatal y direccionándola a la realización de documentales propagandísticos del gobierno. Es emblemático del periodo el noticiero documental “Chile en Marcha”, dirigido por el periodista Javier Rojas, quien es coautor del guión de “Largo Viaje” y que posteriormente trabajaría con el también democratacristiano Germán Becker en “Con el Santo y la Limosna”.

[3]Varias iniciativas habían instalado una lógica de acceder a un cine de carácter más elaborado que el propuesto por las parrillas tradicionales. Tanto el Cine Club de la Universidad de Chile (1954) y el Cine Club de Viña del Mar, como la proyección de películas de vanguardia europea a inicios de los sesenta, confluyen con la comunión entre cineastas nuevos o aficionados que dedican gran parte de su tiempo a la crítica cinematográfica. Ya el año 1962 la revista Ercilla califica como las mejores películas del año a “Fresas Salvajes” de Ingmar Bergman, “Sin Aliento” de Jean Luc Godard, “Shadows” de John Cassavets y “Vivir” de Akira Kurosawa, demostrando el nivel de películas a las que se accedía. En 1963 se organiza el Primer Festival de Cine de Viña del Mar, organizado por Aldo Francia y el Cine Club de Viña del Mar, siendo el puente para acceder al nuevo cine que se producía en el continente. Señalar que Kaulen es tardío a este fenómeno se fundamenta en que mientras sus pares realizaban obras de búsqueda temática y formal con precarios recursos, él realiza con todos los recursos de Chilefilms una película sobre aquellos mismos temas que eran filmados por sus pares. Aún así, “Violeta se fue a los cielos” se nutre de películas tan disímiles como “Largo Viaje” y otras del periodo, como “Aborto” (Pedro Chaskel, 1965), para estructurar no la visualidad de aquellos años, sino el imaginario documentado en los films del periodo, sin mayores distinciones de punto de vista. Un claro ejemplo es el cité que aparece en “Violeta”, secuencia muy similar a la introducción de “Aborto”, película que habla de los sistemas de prevención del embarazo en los barrios marginales, ideológicamente una antítesis a la visión de Patricio Kaulen.

[4] “Entrevista con Andrés Wood y Eliseo Altunaga” realizada por Antonella Estévez para la Carrera de Cine de la Universidad del Desarrollo y publicada en www.cinechile.cl

[5] A diferencia de la profusión de planos y escenas contextualizadas con el acaparamiento, el mercado negro, la reventa, la inflación y otros elementos negativos del periodo producto del bloqueo norteamericano, que dan vida a una concepción de caos social incluso apoyado por un mural con el texto “no a la guerra civil”.

[6] Favre originalmente arribó al país como asistente del etnólogo suizo Jean Christian Spahni, quien realizó diversos estudios y expediciones en la zona norte del país, siendo una de ellas la que documenta Pedro Chaskel y Héctor Ríos en “Aquí Vivieron”, importante documental producido por Cine Experimental entre 1962 y 1964, y que pese a ser poco relacionado con la obra de Violeta Parra, da cuenta de las relaciones culturales existentes en el periodo. Habría sido en 1965 cuando Favre conoce a Violeta Parra, que venía llegando de una exitosa estadía en París, y con quien efectivamente desarrollan una convivencia tormentosa que se entremezcla con la artística: en ese mismo año registran el single 45 rpm “El Tocador Afuerino”, donde dan vida a algunas piezas instrumentales interpretadas en cuatro y quena principalmente con ritmos altiplánicos. De ese periodo también data su canción “El Palomo” (De mi llanto se espantan las aves/ mis gemidos confunden al viento).

[7] Corro, Pablo: “Post mortem, La muerte de Pinochet y Violeta se fue a los cielos: Sujetos monumentales y representación anómala en el cine chileno” en www.lafuga.cl

[8] Corro en realidad se refiere al documental suizo “Violeta Parra, Bordadora chilena” filmado meses antes de su retorno a Chile y de conocer a Favre. Esta película sería emitida por la televisión Suiza en 1965 y es donde prima la mirada exótica sobre la artista latina. Fragmentos de este documental dan vida a “Viola Chilensis”, película de Luis R. Vera.

[9] El 19 de Noviembre de 1962 es detenido Roberto Parra, hermano de Violeta y también cantante, en la brutal represión policial a la población José María Caro tras una marcha de la CUT. Algún tiempo después Violeta compone la canción autobiográfica “Los hambrientos piden pan”, que posteriormente pasa a llamarse “La Carta”. Ahí señalaba: “La carta que he recibido/ me pide contestación./ Yo pido que se propale / por toda la población/ que «El León» es un sanguinario en toda generación, sí./ Por suerte tengo guitarra/ para llorar mi dolor;/ también tengo nueve hermanos fuera del que se engrilló./ Los nueve son comunistas con el favor de mi Dios, sí”. La alusión a “El León” es al presidente en ejercicio en aquel momento, Jorge Alessandri, representante de la derecha oligárquica más influyente e hijo del también presidente Arturo Alessandri, quien ejerciera en los años veinte y treinta. La canción sería una declaración de principios de Violeta Parra no en el estricto rigor (nunca fue militante comunista, aunque si muy cercana a numerosos intelectuales militantes) pero si a la dureza de muchas de sus canciones

[10] Videla, inicialmente continuador de la obra de su antecesor radical izquierdista Pedro Aguirre Cerda, con el correr de su mandato reorientaría su gobierno desde la izquierda moderada a la derecha mas conservadora, valiéndole el apodo de “El Traidor”, tanto por la fuerte represión a las manifestaciones públicas como por el decreto de la Ley de Defensa de la Democracia que proscribió al Partido Comunista, sus antiguos aliados, persiguiéndolos y encarcelándolos. En este periodo asume Jorge Alessandri como Ministro de Hacienda, y que luego ejercería como presidente entre 1958 y 1964. Es probable que la génesis de la alusión que hace Violeta a Alesanadri en su composición “La Carta” –que data de inicios de los años sesenta- sea ésta, al tratarse de un histórico abanderado de la derecha latifundista.

[11] Eisenstein elabora esta teoría en base a la utilización de diversos conceptos cuyo fin es la búsqueda de una ingeniería del cine. Así, describía que la emoción del espectador se propugna desde diversos estímulos tanto visuales como sonoros, e incluso conceptuales, tales como la forma de articular el relato.

«Machuca», una película sobre la Concertación.

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Especial: Balance 2011 / Artículos / Crítica

Lo mejor del 2011: «El Mocito» y «Anónimo»

Por: Luis Horta / 19 de febrero, 2012

El Mocito, de Marcela Said y Jean de Certeu

Mucho se ha hablado de “El Mocito” como una de las grandes películas de 2011. Sinceramente no creo que sea así. Más bien es una película correcta, claro, pero que si comenzamos a leerla ideológicamente puede contar con algunos aspectos cuestionables. ¿Cuál es el fin de replicar la estrategia de la épica, del pequeño héroe anónimo, cuando el personaje trasciende arquetipos? La historia documenta la vida de quien fuera empleado de los centros de tortura de la Dictadura, rol que cumple sin saber a ciencia cierta de que se trata, hasta que toma conciencia de ello hoy, casualmente con la película. Es ahí donde encontramos dialécticamente una concepción de sociedad, punto de vista revelado únicamente con el montaje. La condena aparente de un ser miserable, que no puede insertarse en la sociedad y debe huir sin poder establecerse, es finalmente la condena a un régimen oculto tras el velo del drama humano. Aún así, cuando el personaje decide aportar antecedentes a una familia sobre el paradero de uno de los suyos aún desaparecido, ¿Qué se obtiene con la mitificación formal que se instala al final de la película, con esta epopeya anónima pero no resuelta como lo son la tortura y las ejecuciones realizadas por más de diecisiete años? Indudablemente “El Mocito” es una película interesante, la primera experiencia netamente cinematográfica de la dupla Said-De Certeu, distanciándose del periodismo de sus anteriores films que era precisamente lo que las perjudicaba. Es un paso adelante en cuanto a utilización de recursos. Pero aún queda desprenderse de los vicios propios de aquella profesión, y descubrir que es el personaje el que propone, más que el director, porque la vida es demasiado compleja como para encasillarla tras un objetivo o una obsesión personal.

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Especial: Balance 2011 / Artículos / Crítica

Lo mejor del 2011: «Efectos Especiales» (Dir: Bernardo Quesney)

Por: Luis Horta / 19 de febrero, 2012

En cine, los efectos especiales son las ilusiones y trucos creados para crear una nueva realidad, sólo verosímil dentro de una obra. Son artilugios y mentirillas técnicas imperceptibles dentro de la lógica de una película.

«Efectos Especiales» es también la nueva película de Quesney, un casi estudiante de cine que ya tiene dos largometrajes y varios videoclips de bandas onderas, bastante para cualquier joven veinteañero. Puro empeño y eso se valora: hacer más que teorizar. Su segunda película está dirigida para un pequeño grupo, cineastas y amigos de cineastas, estudiantes de audiovisual y teatro. No busca llenar salas (su estrategia fue rotar por cualquier lugar menos en una sala de cine, incluso una función por www.disorder.cl) ni ser nominada a los Altazor, sino más bien reírse. Reírse y hacer reír. ¿Con qué? Con la forma en que se hace cine en Chile.

«Efectos Especiales» no es una gran película ni es una obra revolucionaria, pero algo tiene que nos permite no solamente reírnos del circuito en que el cine chileno hoy se maneja: grupúsculos de pequeño poder, movidas, grupillos de elite que manejan lo que se debe y no se debe ver de nuestro cine más allá de las fronteras del país. Quesney, que no tiene nada que ganar ni nada que perder, escoge al menos cinco elementos que los cineastas chilenos han explotado en los últimos veinte años, y se ríe de ellos. A saber:

1. Explotar recurrentemente el Golpe de Estado
2. La sexualidad reprimida proyectada por sus autores
3. El campo y la imagen artificial de lo popular
4. La moda mundial del cine contemplativo
5. Las arbitrariedades pseudo artísticas de relatos que no van a ninguna parte.

Juntando todo eso, más un par de actrices dispuestas a hacerlo todo, y un joven director arrogante egresado de las lucrativas escuelas de cine, y “que hace videoclips de Javiera Mena”, es finalmente “Efectos Especiales”, una película de riesgo, que podría haber sido más provocativa aún, es cierto, pero que dice lo que nadie había dicho, pero sí pensado. La película es una hipotética filmación realizada en tiempo real con un jovencito director arrogante y burgués, una actriz de publicidad y otra entusiasta actriz. La historia que filman en el campo es ridícula y antojadiza, y cambia como cambia el ánimo del director. Todo concluye en un ataque histérico de quien encabeza esta joven y alocada filmación, cerrándose todo en un largo y contemplativo plano hecho para públicos europeos. Sin embargo este hilo narrativo no hace justicia a lo que ocurre dentro del film, develando una sátira al clasismo imperante en un medio que se caracteriza por imponer vicios propios del subdesarrollo.

«Efectos Especiales» es restrictiva, y eso es parte del riesgo. Quien no se interese en el cine chileno básicamente se aburrirá, le será indiferente e incluso el ejercicio narcisista le parecerá grotesco y fuera de lugar. Y es cierto, porque Quesney se exhibe a tal punto que se pseudo interpreta pero a la vez burlándose de quizá cuantos compañeros de cuantas escuelitas de audiovisual que juegan a hacer buen cine sin conocer siquiera a Glauber Rocha. Sin embargo, la carencia de «Efectos Especiales» se encuentra en el discurso, donde no busca cambiar nada y termina por transformarse en una anécdota. El final, una cita a las edulcoradas películas contemplativas tan de moda, probablemente será vista por estos mismos cineastas con un gesto cómico, pero nada más. El no quedar “tan” mal es el pecadillo oculto de este film, que por cierto gana en todo lo otro: subvierte el sistema de las producciones nacionales con una pieza medio improvisada, filmada en un solo día pero con la claridad de la sorna y el sarcasmo. En concreto, es develar los efectos que reitera el cine oligárquico para tratar de ser chileno, como si ello fuese una marca exportable y rentable.

En su original forma de subvertir ciertos cánones, lecturas del país y de una cinematografía-espejismo muchas veces inflada por teóricos sin ideas y sin calle, la película es uno de los aciertos de 2011, pero también un golpe a la comunidad cinematográfica empotrada en oficinas iguales a las de Luciano Cruz Coke, que rigiéndose por estándares folklóricos aportan poco y nada a la producción, y que en su vanidad poco lo sentirán, pero quedará para ser leído con el correr de los años en su real dimensión.

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Lo mejor del 2011: «Nostalgia de la Luz» (Dir: Patricio Guzmán)

Por: Pablo Inostroza / 19 de febrero, 2012

La insistencia de Patricio Guzmán por la memoria necesitaba una reformulación, para no agotar los recursos históricos que nos contextualizan y nos salvan de convertir el pasado en un museo estéril y aséptico. Esta reinvención llegó de un modo enrevesado pero sumamente ingenioso, con esta película que hilvana diferentes pesquisas en el desierto de Atacama; un lugar esencialmente enigmático, que sirve como escenografía y pretexto para reunir a heterogéneos personajes que viven del pasado y desde sus cavilaciones nos explican las particularidades de sus búsquedas. Este motivo de vida, tan honestamente contrario a la ideología chilena del progreso que sobrepone el olvido para seguir fortaleciendo el modelo de desarrollo neoliberal, pone en tensión el mismo paso del tiempo y la forma en que habitamos un presente que físicamente no existe. Patricio Guzmán observa la distancia entre el cielo y el suelo con el asombro de un extranjero. Sabemos que es un director que gusta de poetizar las cosas sencillas. En “Nostalgia de la luz”, el paso del tiempo funciona como el hilo conductor que sutilmente concatena las experiencias y cosmovisiones de un astrónomo, un arqueólogo, un grupo de mujeres familiares de detenidos desaparecidos y dos ex prisioneros políticos.

Desde su poético título, esta obra tiene una presentación ambiciosa. La identidad autoral de Patricio Guzmán demuestra su reposada madurez y se conjuga con la vastedad de la pampa y los cielos del norte, resultando una película necesariamente multifacética, cuya atmósfera meditativa conduce a una introspección colectiva –si cabe- cruzada por aquellas grandes preguntas en torno a la historia y la existencia que sólo parecen surgir en profundidad gracias la distancia de la sociedad y su frenético ritmo. El gran valor de esta cinta es que no se enreda en la teorética elevada que aleja a la filosofía de las personas corrientes. Que el calcio de las estrellas sea el mismo de los huesos humanos, de los científicos que controlan los telescopios y de los detenidos desaparecidos a quienes buscan sus familiares, abre con sencillez una perspectiva universal sobre la deuda de nuestra comprensión de los crímenes políticos y las fisuras morales de una nación cínica.

Si bien ya habíamos visto la estética de solitud y desgaste de Atacama en piezas como “La sombra de don Roberto” (Juan Diego Spoerer y Håkan Engström, 2007), aquí el uso de las fotografías fijas, la reconstitución subjetiva de las experiencias de prisión política, y una muy idónea banda sonora original sitúan con pericia la majestuosidad del desierto en el terreno de la interrogación, con algunos abusos en los efectos de las transiciones, que sin embargo no opacan el resultado final: la obra más lúcida que Patricio Guzmán podría hacer en el siglo XXI para preguntarle a Chile sobre qué suelo cree estar caminando.

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Especial: Balance 2011 / Artículos / Crítica

La Mejor Película del 2011: «Quiero Entrar» (Dir: Roberto Farías)

Por: Guillermo Jarpa / 19 de febrero, 2012

Es posible diagnosticar que la tendencia del cine contemporáneo a difuminar los límites institucionalizados entre “ficción” y “documental” – tendencia que en el cine chileno contemporáneo ha tenido gran protagonismo – , responde a la necesidad de desestructurar los discursos oficiales, en un intento por promover una historicidad alegórica, más bien descentrada y provocativa. Aquel movimiento conlleva una reflexión sobre la imagen audiovisual, en tanto dialéctica que enfrenta su estatuto como representación – la verosimilitud de la imagen: la estrategia – con su historia – cómo la imagen representa y de acuerdo a qué condiciones: la táctica. Quiero Entrar (2011), la ópera prima del actor Roberto Farías, expone con lucidez e intencional desgarbo  estos modos de comprender la imagen contemporánea: un fantasma que fragmenta la memoria. No obstante, su característica más personal y notable – y que permite el rutilante zigzagueo entre el drama alegórico-documental y la risa cruel – es la interpretación que realiza de los mecanismos opresivos con que la televisión aprovecha las pulsiones de los sujetos, para instalar ideologías acordes a sus lógicas fatalmente modernizadoras. En ese sentido, Quiero Entrar es una película sobre los sueños que la imagen puede arrendar. Nada más ilustrativo que Felipe Avello diciendo, en el estelar de la reina Cecilia Bolocco: “¿y qué pasará mañana con él?”.

No es baladí el hecho de que la película esté dirigida por un actor; lo que se desprende en un primer momento cuando nos enfrentamos a la historia de Eduardo Orellana, es presenciar la de-construcción del método actoral: aquello que divide, relaciona y confronta el acto del sujeto, la figura del actor, y el gesto del personaje. Estas tres dimensiones mantienen su jugueteo a lo largo de la exposición seudoficcional/seudodocumental, gracias a una hábil construcción sintáctica que permite diferenciar entre la pose de Eduardo – aquellos momentos en que describe su deseo de “querer entrar” al mundo de la televisión como animador -, y la memoria de Eduardo – aquellos otros momentos donde su casa se atiborra de fantasmagorías que representan las cargas de una memoria fragmentada que no terminan de consolidarse como proyecto; alegoría política del Chile contemporáneo. Ambos espacios se develan carnavalescamente dantescos, como si la caída al infierno de las imágenes contuviera dos anillos que se miran especularmente, pero no se tocan. Dos caras de una moneda espectacular.

Existe otra imagen que aparece a intervalos, y que, en cierto sentido, marca la diferencia entre una película que se piensa como un experimento audiovisual, y una película que intenta bucear en los límites de la imagen para construir una crítica. Las imágenes de Eduardo en los programas, ficciones y comerciales televisivos adquieren, en la estructura de la película, toda la fuerza de un testimonio trágico, en línea con la idea del poder evocativo-nostálgico de una fotografía: aquí estuve yo, aquí ya no estaré más. La televisión realiza el mismo ejercicio, pero estableciendo un “aquí estuve” masivo, que así y solo así entra al tejido de la memoria: existo por que la televisión me lo permite. No es la idea demonizar la televisión, como lo podría realizar una crítica conservadora de la cultura, sino examinar las lógicas que determinan su cualidad de “bien simbólico”: ahí donde la imagen establece el límite entre lo visible y lo in-visible: la televisión como la puerta que permite la entrada a los sujetos a una modernidad contradictoria, de señuelos y espejos vacíos. Aquel lugar donde todos queremos ser reinas:. Chile es Cecilia Bolocco; todos somos Eduardo Orellana.

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Especial: Balance 2011 / Artículos / Opinión

La cultura entretenida (A modo de balance de un año cinematográfico)

Por: Colectivo ANTU / 19 de febrero, 2012

Hagamos un ejercicio de ciencia ficción, y veamos comparativamente lo que pasaba en nuestra cinematografía hace 10 años atrás. Se habían estrenado 7 largometrajes de ficción: “El Leyton”, un producto comercial financiado por la Televisión Nacional que se complace en otorgarnos una nueva caricatura de lo popular. Junto a ella, tres películas que buscaban su nicho en el mercado pero con la particularidad anecdótica de haber sido filmadas en Chile: “Sangre Eterna”, “Paraíso B” y “Ogú y Mampato”. Entre medio, un intrascendente largometraje-ejercicio producido por la Escuela de Cine de Chile (acaso lo más cercano a un cine marginal) junto a la última película chilena (hasta ahora) de Sebastián Alarcón, “El Fotógrafo”, acaso una de las más caras filmadas en nuestra historia. Cerrando la lista, “Tres Noches de un Sábado”, del ilustre y aún por descubrir Joaquín Eyzaguirre.

Como siempre, el cine documental fue más alentador, con películas que estudiamos y revisamos hasta hoy, pero que pasaron desapercibidas por los conservadores medios de comunicación que no ven nada donde no hay farándula o contactos. “Estadio Nacional”, de Carmen Luz Parot, por fin recopilaba las historias de aquellos torturados en el mayor centro deportivo local tras el 11 de Septiembre de 1973, mientras que por su parte Raúl Ruiz daba vida a “Cofralandes”, la serie de ensayos fílmicos sobre la identidad chilena. “Un hombre aparte” de Perut/Osnovikoff despeinaba la oligarquía cinematográfica, legándonos una ficción disfrazada de documental tan inquietante como sospechosa. Al otro lado, Adriana Zuanic nos decía que había cine antes de los Fondart, estrenando “Antofagasta, el Hollywood de Sudamérica”. Marquito Enríquez hacía una visionaria parodia de la Concertación con “Chile, los héroes están fatigados”, sabiendo que él era parte de la élite que desprecia porque finalmente se siente parte de lo que desprecia a conveniencia en su película-juguete.

Volvamos al presente.

Chile empezó a hablar de aquello que no hablaba hace diez, quince o veinte años atrás. El sistema comenzó a ser tema de debate y sujeto de cuestionamientos múltiples. Muchos adolescentes se cubrían la cara para que los pudieran ver,  pero también se volvía a hablar de Pinochet, explícitamente o a partir de su sistema neoliberal. Llegó el momento en que la gente no está (tan) segura de vivir en el sistema en que vive, que siente la necesidad de cuestionar, preguntar, disentir, subvertir. Por que abajo somos muchos, y arriba pocos.

En 2011 se estrenaron 42 largometrajes de ficción. Parece una cifra insólita, a la que se deben sumar 66 documentales. En total, mas de 100 películas en sólo un año. Digital mediante, parece ser que hay un alegre destape solamente comparable –y a escala- con 1925, año en que explota la producción y un sistema (barato) de producir cine. Si fuésemos una entidad oficial y cortés, leeríamos estas cifras con alegría, las incorporaríamos en un discurso y nos iríamos a Cachagua a disfrutar de nuestras vacaciones, pero la inquietante realidad nos hace preguntarnos varias cosas.

La primera es: ¿Hablan las películas “desde” Chile? Reaccionario

El ejercicio lógico que hacen los medios reduccionistas es recurrir a aquellas películas con mayor asistencia a las salas (comerciales) y analizar desde esa perspectiva el “panorama del cine chileno”, rigiéndose por el sistema capitalista de leer el cine. “Que pena tu boda” de Nicolás López, y “Violeta se fue a los cielos” de Andrés Wood, parecen las lógicas vencedoras por cantidad de ticket y cabritas vendidos, aunque siguen siendo marginales respecto a los blockbusters norteamericanos que engullen la taquilla local sin que el estado se digne a regular esta situación. Aún así, es imposible no leer en estas películas la imagen país: en la primera es una juventud alienada, sicótica y dañada socialmente, imposibilitado de relacionarse con el otro. La segunda es un instante cumbre y unificador como es Violeta Parra, blanqueada y estandarizada imagen de la artista comunista, trocada por una artista que el mismo presidente Piñera escucharía en sus fiestas familiares.

Si vamos a lo marginal, a diferencia de hace diez años atrás, sí encontramos un pequeño circuito “under”, con aquellas películas que no financió ni el Fondart ni Corfo, que abren una ventana y que apuestan por otras vías, haciéndonos pensar que en el ensayo y error aún hay esperanzas. Es el caso de “Quiero Entrar” de Roberto Farías o “Efecto Especiales” de Bernardo Quesney, películas que no temen “morir en el intento”, en su imperfección. Mal que mal se puede hacer una segunda, tercera o cuarta película, con las bondades del digital y un grupo de amigos, tal como era el video experimental en los años ochenta. Es la anti industria, y el anti arte, en muchos casos. Son procesos internos y minimalistas, tal como eran los primeros discos de “Los Prisioneros” o “Electrodomésticos”: alguien los escucharía, alguien hablaría de ellos, a alguien le provocaría algo en su cabeza. En ambos casos el dispositivo es más interesante que la obra en sí misma (muchas veces desde la desnudez de la intimidad, trabajando temas de su entorno inmediato, leíbles bajo códigos parciales o en temas que no le afectan al país, sino a un pequeño grupo de personas), pero eso permite que la obra sea actitud y desprejuicio, más que bondades de administración financiera. Curiosamente, es la ficción la que arroja más riesgo en relación al cine documental, que permanentemente entrega películas pulcras pero a la vez establecidas en un canon que inevitablemente entrega menos novedad que lujo formalista: historias particulares, individualismo y la incapacidad de trascender la anécdota, en muchos casos.

Es probable que las películas más interesantes del año 2011 no hayan llenado ninguna sala de cine local, pero ¿hace cuánto el buen cine pasa por las salas de cine en Chile? Tuvo que morir Raúl Ruiz para que su “Misterios de Lisboa” se estrenara en nuestro país, pero antes de ella no se estrenaba otra de sus películas desde “Días de Campo” en 2004. El ejemplo anterior hace pensar –y reconsiderar- aquella anquilosada lógica de que las películas más vistas son las mas interesantes. Por otro lado abre la inquietud mayor: la ciudadanía “a pie” ¿comprendería alguna de estas películas? La inserción del cine en las aulas secundarias es precario y nulo en muchas ocasiones, pero más precaria es la utilización de recursos audiovisuales en la educación superior. Ahí constatamos que el cine sigue siendo el espectáculo, la entretención, igualmente para muchos académicos e intelectuales, los mismos que se esmeran en hacer investigaciones cuya utilidad es nula.

Dos formas de entender Chile

Es importante así develar las grandes falencias, que no tenemos por qué direccionar hacia el Estado o el gobierno de turno. Los intelectuales, los cineastas, los académicos, deben subvertir una concepción de hacer cultura, de formar audiencias, de abrir las salas y los campus universitarios hacia una comunidad anhelante de saber, pero censurada por las condiciones que se le presentan. Cuando Sebastián Piñera señaló que “Yingo es un programa que representa a la juventud chilena”, explicitaba aquel interés de la derecha chilena por instalar una lógica de enfrentar la ciudadanía: apolítico, ignorante, sin opinión, superficial, cultivando el valor del capital y diverso sólo “en su justa medida”.

Hace algunos días los resultados del Fondo de Fomento Audiovisual dieron cuenta de esto mismo. De los proyectos de investigación seleccionados, sólo uno es de carácter patrimonial. Por su parte, se invierten millonarios recursos en copias 35mm, marketing, industria. La ceguera de querer correr sin saber caminar es la clave de políticas ignorantes y precarias administradas por un Estado que sólo ve el rédito comercial en la expresión artística.

¿A quien le corresponde revertir aquello?

Mientras existan estas políticas estatales en torno a la educación social y popular, es muy difícil que el cine chileno tenga alguna relación con su pueblo. Pero mientras las instancias sociales no se tomen la facultad de autoformarse, releer su propia historia y dar cuenta de su propio cuerpo, es poco cuanto se puede hablar de desarrollo del cine local: es indivisible el desarrollo educacional del desarrollo del cine nacional. Es extremadamente violento que un muchacho de 16 años no haya visto nunca imágenes de Salvador Allende, que no conozca las filmaciones de Pedro Aguirre Cerda, que no haya visto “El Húsar de la Muerte”. Es violento que conozca más de cine norteamericano que de un tal Antonio Acevedo Hernández. Y es aún más violento que deba ver como otros tienen más posibilidades y pueden entrar a estudiar carreras a las que nunca podrá acceder y deberá conformarse con ser la mano de obra de los apellidos de siempre.

El cine chileno y sus cineastas deben, ante todo, liberarse. Liberarse del estricto poder económico que supedita sus vidas y sus vanidades, y que enceguece los objetivos de un cineasta. Este año no hay películas sobre los dramas del terremoto, la gente sin casa, el movimiento estudiantil, la pobreza, la estafa de los centros comerciales al ciudadano. Sólo la imagen país inofensiva que puede pasar por la televisión abierta un domingo a las 16 horas.

El problema de la educación en Chile es precisamente que el acceso a ella genera hombres libres, y por eso alguien lo impide. Pero hoy, ¿quién puede considerarse verdaderamente libre?

Vamos más allá: ¿Quién hará lo necesario por cambiarlo?

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Especial: Día de los enamorados / Artículo / Crítica

Especial Día de los enamorados: Cinco grandes películas sobre el desamor

Por: Editor / 14 de febrero, 2012

Desengaños, rupturas, infidelidades: son los horrores del amor. Para todos aquellos que se pasan este día refunfuñando y maldiciendo al alto cielo, les dejamos una selección de cinco grandes películas que hablan de relaciones que no funcionan. Son miles, claro, pero esta es nuestra modesta selección no-amorosa.

1. No amarás, Krzysztof Kieslowski

Un adolescente se obsesiona con su vecina, a quien observa sagradamente por las noches en su cotidiano, tras llegar de su trabajo. La obsesión se subvierte cuando ella interactúa con el muchacho, dando paso a un oscuro juego de seducción de quien vive en un mundo quebrado a la medianía de edad. Escabrosa y triste, “No amarás” es una de las películas realizadas por el cineasta polaco Krzysztof Kieslowski para la televisión, donde adapta los diez mandamientos a situaciones cotidianas de gente común, siendo también una forma de interpelar la lógica cristiana en el día a día. En este film son los deseos ocultos, la inocencia pero también la pasión de tocar con los dedos la piel del prójimo lo que constituye un film hermoso y desolador.

2. Woyzeck, Werner Herzog

Adaptación (muy libre) de la pieza operática, Woyzeck tiene el valor de demostrar cuan inferior puede ser el hombre enfrentado al amor, pero también a los deseos. Un soldado humillado por sus superiores es engañado por su esposa, es la metáfora del hombre frente a su destino irresoluto y avasallador, reafirmando la decadencia en la que se encuentra el proletariado al ser peón sometido en un sistema que le denigra.

3. Lost in translation, Sofía Coppola

Sí, está bien, está bañada en crema naïf y pop banal, y sabemos que es la historia de la aristocracia norteamericana, pero tampoco podemos negar que es una perfecta película sobre el aislamiento individualista propuesto por el capitalismo y el neoliberalismo norteamericano contemporáneo. Dos solitarios que se deben encontrar en el paraíso capitalista para saberse personas, engañar a la vida tradicional y dejarse llevar por el amor adolescente, aquel de besos y caricias en las manos, ilusión que se desarma cuando todos deben volver a sus oscuras vidas llenas de glamour silencioso, opaco y decadente. Por cierto, una gran película de Bill Murray, al que le sienta muy bien la música de The Jesus & Mary Chain como fondo.

4. La piel suave, François Truffaut

¿Es una historia de desamor? Podría ser. “La piel suave” es finalmente el registro del espacio interior del hombre, quebrado entre el deseo y la desesperación. Truffaut, el cineasta “mas romántico de la historia” –y que los cineastas jóvenes deberían redescubrir, por cierto, para dejar de creer que “Eterno resplandor” es una película de amor- , instala un relato de un hombre infiel sumido en el letargo de una relación que para él se plantea aburrida. Ágil y contemporánea, la película es clave dentro de una filmografía plagada de clásicos como es la de Truffaut.

5. Mi noche con Maud, Eric Rohmer

La gran película de amor platónico de la historia del cine. Un hombre se deslumbra con una muchacha a la que persigue por las calles de Clermont Ferrand, en Francia. Las vueltas de la vida hacen que  terminen hablando encerrados en la misma habitación (y sin la necesidad de recurrir a canciones de Supernova o de sexo salvaje como “En la cama”). Él se declara, ella lo rechaza. Cinco años después, ella vive una vida de familia con hijos. El amor a muerto, la idealización también. Corte, y lágrimas. La fotografía, por cierto, es del gran Néstor Almendros.

Bonus Track

Algo Para Recordar, Leo McCarey

Una historia de amor truncado, nunca concluido, idealizado y destruido. Un hombre conoce a una mujer en un crucero, y románticamente quedan de juntarse un día en el Empire State, lugar al que ella nunca llega. Él, obsesionado, la busca hasta dar con ella, y descubre que no llegó a la cita por haber quedado invalida. Cary Grant y Deborah Kerr dan vida a esta iluminada película de amores incompletos ideal para ver solo en casa.