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El Conde

El 11 de septiembre pasado fue como un pequeño acto cívico de una escuelita de barrio, organizado unos días antes en medio de la lluvia y evaluaciones atrasadas. A raja tabla como algunos matrimonios que se de golpe alguien comentó: ‘¡Oh, han pasado 50 años!’ ‘Es verdad, hagamos algo, trae el mantel’, respondió otro. Mientras tanto, es probable que otros, desde hace años, con calculadora en mano, estuvieran maquinando algo en secreto. De alguna manera, ‘El Conde’ es una creación bastante premeditada que, a diferencia de otras iniciativas, parece inclinarse en una dirección particular, ya sea para bien o para mal.

Creo que Larrain es uno de los pocos autores contemporáneos que logra mantener una doble vida cinematográfica. A diferencia de otros cineastas con doble vida, cuya condición se vio forzada por el exilio, donde la mayoría de sus obras se centran en añorar Chile. En el caso de este autor, su obra cinematográfica se ha concentrado en especular sobre la vida íntima o el momento que antecede a la fotografía que inmortaliza a los iconos contemporáneos. En general, estos personajes parecen caricaturas más que seres de carne y hueso. Sin embargo, esta película parece ser una especie de colisión, quizás incluso una colisión múltiple de su doble vida. Es como si hubiera invitado a cenar a la señora y a la amante y les dijera: ‘Conózcanse’. Incluso podría decirse que la nana, que también ha frecuentado al caballero en un par de ocasiones, se une a esta extraña reunión.

La película se toma en serio muchas cosas, pero a veces dudo si se toma demasiado tan en serio a sí misma. En ocasiones, parece recordarnos a los programas de comedia de los años 80 y 90, donde personajes a medio maquillar imitaban a políticos mediáticos de la época. A pesar de esto, la película cuenta con un guion sólido en su estructura y presentación, aunque a veces repite información que podría buscarse en Wikipedia. Además, se sumerge en formalismos estéticos, lo que da la sensación de que el director sabe cómo hacer una película, entonces mas que demostrarlo, se da el lujo de hacer acrobacias en lugar de quedarse en lo convencional. Entiende que el cine actual puede ser una particularidad en lugar de una mera repetición de tragedias griegas.

Esta estructura está respaldada por una dirección de arte construida para la pantalla grande, que evoca la era dorada del cine mudo. En la película, los textos y chistes a veces se pierden en el eco de escenarios iluminados al estilo antiguo. Sin embargo, entre tanto murmullo y conversaciones, hay dos temas que la película se impone abordar y que siempre están presentes: el dinero y la noción de patria desde la perspectiva simbólica de la Virgen del Carmen. La película aborda la reiteración del dinero con frecuencia, planteando preguntas como ‘¿Dónde está?’, ‘¿Qué haremos con él?’, ‘¿Quién se lo quedará?’ y ‘¿A quién se lo pasarás?’. En ocasiones, parece una especie de denuncia en cámara al estilo de un programa de noticias.

El otro elemento constante es la exploración de la esencia del espíritu republicano chileno, personificada en la figura simbólica de la Virgen del Carmen, una virgen casta que se mira y desea, hasta que alguien la toca y se corrompe. Esta idea se desarrolla de manera humorística y culmina en el acto final de la película, donde los personajes parecen querer cerrar la película una y otra vez, como si cada uno quisiera tener su momento en esta velada de colegio de niños consentidos.

‘El Conde’ fue una procesión cinematográfica premeditada que comenzó en la fecha exacta del año y el año correspondiente. Buscó la aprobación europea, regresó con laureles y aterrizó en las ceremonias de conmemoración del golpe de estado. Finalmente, se estrenó en las plataformas de streaming justo a tiempo antes de que comenzaran las celebraciones y el pipeño fluyera libremente, el que la delirante borrachera, nos hará despertar al día siguiente de la parranda en el total olvido del pasado. Un lujo que pocos pueden permitirse, dijo el picado.

Vittorio Farfán

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